Las tiendas de discos no van a desaparecer, o al menos no deberían hacerlo aquellas que, con una cierta honestidad, ponen a disposición de sus clientes toda una serie de estilos que no entran dentro de las pautas corrientes. Es decir, aquellas personas que en cuanto les es posible compran un disco del que ya están enamorados, porque quieren poseerlo original, porque no es lo mismo que tener una insípida carpeta virtual en un DVD apelmazado de discos y películas. Así que esas tiendas logran mantenerse, y yo, que vivo en Barcelona, sigo acudiendo a ellas con esa pizca de ilusión y expectación ante lo que deparará la tarde.
Antes iba a CD-DROME, en la calle Tallers, en su momento (hace años que no paso por ahí) uno de los mejores lugares para encontrar discos a partir de los 90 (cabría preguntarse por qué no venden cosas anteriores). Dejé de ir cuando se pusieron paranoicos con la seguridad. Tenían esas barreras de infrarrojos en la entrada, y además las cajas de los CD's estaban vacías, pero aun así un día me pidieron que dejara mi bolsa con otras compras en el mostrador. Me molesta mucho que me traten como presunto ladrón y me niego a que desconfíen de mí de esa manera, así que normalmente me voy cuando ocurre algo de este tipo. Aquel día, no obstante, dejé la bolsa. A la salida me la devolvieron y, justo delante de ellos, la inspeccioné detenidamente. Tenía tanto derecho a no fiarme como ellos a no fiarse de mí, pero no les gustó demasiado mi gesto y me pusieron mala cara. No volví.
Las dos tiendas Revolver, también en Tallers, son todo un mundo. De ellas suele encargarse un heavy-rockero bajito, de melena grasienta y aspecto de troll, junto con una camarilla de ayudantes a cada cual más desagradable y antipático. La verdad es que me parece una tienda con cierta honestidad, donde venden sin complejos buena música y la morralla justa para ganar un poco de dinero (esos discos para modernillos y góticos), sin embargo se pierden en toda una serie de patrañas absurdas que sólo llevan a entrar allí con cierta incomodidad y a la defensiva. Por ejemplo, aunque los discos suelen tener buenos precios, es muy fácil que intenten colarnos una novedad que en realidad es un disco de segunda mano (artimaña perfectamente detectable por el nuevo precintado cutre que usan). Fastidia mucho llegar a casa tras haber pagado por 15 euros un CD, abrirlo y comprobar que la caja está rota (como ocurre con casi todos) o que el CD está lleno de huellas dactilares e incluso a veces de arañazos. También son altamente desconfiados y no les importará que seamos habituales o que nos hayamos dejado ahí bastante dinero, si la alarma pita al salir por la puerta (lo cual es fácil, porque su sistema de infrarrojos proviene casi de los orígenes de la revolución industrial), no nos dejarán en paz hasta averiguar por qué. Por cierto, su capacidad para elegir a cajeras repletas de piercings, con cara de perro y mirada y actitudes de estúpida superioridad no tiene límites, son especialistas en eso.
Discos Edison, en Riera Baja, es mi favorita. Ofrecen buenos precios y es muy fácil encontrar auténticas gangas si se tiene paciencia en revisar una a una todas las cubetas de discos, de la A a la Z (con lo que eso supone de ver una y otra vez los mismos discos de Bryan Adams, Neil Diamond, Lionel Richie y similares). La sensación de sorpresa y el aumento de los latidos del corazón cuando se extrae una joya entre tanta basura, a la que se libra de ese tormento, y darse cuenta de que el precio es increíblemente barato, compensa el tiempo perdido y las capas de polvo acumuladas en los dedos. Además, los encargados dejan absoluta libertad -jamás he notado miradas de suspicacia- y hacen buenos descuentos.
En esa misma calle, justo al lado, Discos Wah Wah resulta completamente distinta. Es loable su talibanismo irreductible (allí se puede encontrar lo más granado del power pop, del punk, de la psicodelia, de la música negra), pero también es cierto que los precios no son nada baratos y que casi todo son reediciones. Un buen sitio para ir a tiro fijo, pero que no permite demasiadas alegrías cuando se dispone de un salario normal. Sigue pareciéndome demasiado caro 20 euros por cualquiera de esas reediciones de vinilo de 180 gramos, que luego decepcionan al abrirlas y comprobar que no incluyen nada que justifique ese precio.
He comprado discos en muchos otros sitios, en mercados, en ferias del vinilo en mi pueblo, en anticuarios e incluso a un amigo mío cuyo padre era DJ en los setenta, lugares que incluiré más adelante en otro artículo.
Antes iba a CD-DROME, en la calle Tallers, en su momento (hace años que no paso por ahí) uno de los mejores lugares para encontrar discos a partir de los 90 (cabría preguntarse por qué no venden cosas anteriores). Dejé de ir cuando se pusieron paranoicos con la seguridad. Tenían esas barreras de infrarrojos en la entrada, y además las cajas de los CD's estaban vacías, pero aun así un día me pidieron que dejara mi bolsa con otras compras en el mostrador. Me molesta mucho que me traten como presunto ladrón y me niego a que desconfíen de mí de esa manera, así que normalmente me voy cuando ocurre algo de este tipo. Aquel día, no obstante, dejé la bolsa. A la salida me la devolvieron y, justo delante de ellos, la inspeccioné detenidamente. Tenía tanto derecho a no fiarme como ellos a no fiarse de mí, pero no les gustó demasiado mi gesto y me pusieron mala cara. No volví.
Las dos tiendas Revolver, también en Tallers, son todo un mundo. De ellas suele encargarse un heavy-rockero bajito, de melena grasienta y aspecto de troll, junto con una camarilla de ayudantes a cada cual más desagradable y antipático. La verdad es que me parece una tienda con cierta honestidad, donde venden sin complejos buena música y la morralla justa para ganar un poco de dinero (esos discos para modernillos y góticos), sin embargo se pierden en toda una serie de patrañas absurdas que sólo llevan a entrar allí con cierta incomodidad y a la defensiva. Por ejemplo, aunque los discos suelen tener buenos precios, es muy fácil que intenten colarnos una novedad que en realidad es un disco de segunda mano (artimaña perfectamente detectable por el nuevo precintado cutre que usan). Fastidia mucho llegar a casa tras haber pagado por 15 euros un CD, abrirlo y comprobar que la caja está rota (como ocurre con casi todos) o que el CD está lleno de huellas dactilares e incluso a veces de arañazos. También son altamente desconfiados y no les importará que seamos habituales o que nos hayamos dejado ahí bastante dinero, si la alarma pita al salir por la puerta (lo cual es fácil, porque su sistema de infrarrojos proviene casi de los orígenes de la revolución industrial), no nos dejarán en paz hasta averiguar por qué. Por cierto, su capacidad para elegir a cajeras repletas de piercings, con cara de perro y mirada y actitudes de estúpida superioridad no tiene límites, son especialistas en eso.
Discos Edison, en Riera Baja, es mi favorita. Ofrecen buenos precios y es muy fácil encontrar auténticas gangas si se tiene paciencia en revisar una a una todas las cubetas de discos, de la A a la Z (con lo que eso supone de ver una y otra vez los mismos discos de Bryan Adams, Neil Diamond, Lionel Richie y similares). La sensación de sorpresa y el aumento de los latidos del corazón cuando se extrae una joya entre tanta basura, a la que se libra de ese tormento, y darse cuenta de que el precio es increíblemente barato, compensa el tiempo perdido y las capas de polvo acumuladas en los dedos. Además, los encargados dejan absoluta libertad -jamás he notado miradas de suspicacia- y hacen buenos descuentos.
En esa misma calle, justo al lado, Discos Wah Wah resulta completamente distinta. Es loable su talibanismo irreductible (allí se puede encontrar lo más granado del power pop, del punk, de la psicodelia, de la música negra), pero también es cierto que los precios no son nada baratos y que casi todo son reediciones. Un buen sitio para ir a tiro fijo, pero que no permite demasiadas alegrías cuando se dispone de un salario normal. Sigue pareciéndome demasiado caro 20 euros por cualquiera de esas reediciones de vinilo de 180 gramos, que luego decepcionan al abrirlas y comprobar que no incluyen nada que justifique ese precio.
He comprado discos en muchos otros sitios, en mercados, en ferias del vinilo en mi pueblo, en anticuarios e incluso a un amigo mío cuyo padre era DJ en los setenta, lugares que incluiré más adelante en otro artículo.