miércoles, mayo 21, 2008

Papagayo. El sunshine pop español

Hoy presentamos una joya que viene de una dimensión desconocida. Papagayo! The Spanish Sunshine Pop, es uno de los recopilatorios más sorprendentes y arrebatadores que he escuchado nunca, con veinticuatro canciones que dejan con los ojos abiertos, cada una de ellas un universo en sí misma, con el añadido de que quedaron perdidas en el tiempo: no sólo es difícil conocer alguna, sino también los grupos que las interpretan. Como indica el título, se busca un estilo pop rico en melodías y en estribillos, pero entregado a la magia y a la suntuosidad de unos arreglos que son herencia directa del estilo de sunshine pop californiano que se desarrolló a raíz de Pet Sounds de los Beach Boys. Lo gracioso del asunto es que esta colección demuestra hasta qué punto la historia de la música española se encuentra sumergida en sombras, más allá de los típicos nombres y discos que se suelen citar una y otra vez (tranquilos, aquí nunca hablaremos de flamenco).

Y de ahí la razón de ser del recopilatorio: las canciones se grabaron entre principios y mediados de los años setenta, pero inmediatamente quedaron barridas por la fuerza de las tendencias imperantes, y por ello fueron relegadas al olvido. Dicho de otro modo: en aquellos años, los grupos que compusieron estos temas no acataron los dictados ni del rock progresivo ni del folk jipiesco, fueron unos entusiastas del pop que murieron con sus ideas a cuestas y que ponen en evidencia lo poco, poquísimo, que se conoce la música de nuestro propio país. Papagayo nos muestra una escena musical española de pop de alto nivel, adaptado al gusto más exigente y refinado, fuera de tendencias, en la etapa del franquismo tardío, y que podría figurar con orgullo junto a nombres como Brian Wilson, Michael Brown, Curt Boettcher o Billy Nichols. ¿La Casa Azul? Venga ya.

Y atención, porque las revoluciones queman el motor ya desde el primer momento. "Don Nadie" es una canción arrolladora de un grupo sobre el que no he encontrado ninguna información, Caoba. Una guitarra acústica da paso a un festín de clavicordios, trompetas, cuerdas y, sobre todo, una melodía apasionada que atrapa sin compasión. Una obra maestra, en definitiva, que juega tanto con un calculadísimo sentido del pop emocionante como con una imaginación sin límites en los arreglos. Sensacional. Todos estos rasgos los comparte punto por punto "Lo bueno y lo malo", de Joe y Luis, otro grupo fantasma, que nos presenta una melodía celestial -sublime el momento en que cantan un "pasará" diluido entre cuerdas, con acento psicodélico- e inolvidable. Y la siguiente, "Una sonrisa, una mirada", de Reacción, es igual de buena o más, puro sentir pop, nostalgia sin paliativos y una inspiración que va a la par de la de los Zombies de Odessey and Oracle. Con sólo tres canciones se nos dejan las cosas claras: parece como si el refinado pop del excelente grupo que fueron los Módulos hubiese triunfado, pero libre de su -a veces- excesivo barroquismo y rebuscado tono lúgubre. Otro hit imaginario es "Mi canción es amor", de Luces y Almas. Más vacío informativo sobre el grupo, por supuesto, como sucede con casi todos, pero las líneas de guitarra española que incluye saben a clásico, así como su explosivo y burbujeante estribillo, por no hablar de los devaneos gratificantemente sentimentales de su melodía (¿hay quien pueda resistirse a ese "ven a mí, escúchame"?).

Y luego llega "Juventud", del grupo Tiza, que parece un ligero desliz del recopilatorio, porque no eran españoles, sino chilenos, y su carrera quebró con la irrupción de la dictadura, pero la verdad es que dado el nivel de la canción, no importa demasiado. Se trata de una composición majestuosa, con unos coros circulares que se construyen como castillos de naipes y de los que salen una melodía llena de paz. "Papagayo" es la que da título al recopilatorio, de los -por no romper la norma- desconocidísimos Ellos y Ellas, exuberante, tropical, pero por encima de todo pop y condenadamente sentimental, que no sentimentalista. Otro hito de locura es "Cuatro estaciones", del grupo Nuevos Horizontes. Este grupo sacó unos pocos singles a comienzos de los setenta, compuestos todos ellos por Vainica Doble. Y la verdad es que esta canción me parece mucho mejor que cualquiera de las del famoso duo, porque no huele ni a naftalina, ni a seudorock progresivo, ni tampoco a jipi, sino que presenta un poético y altamente adictivo pop, con deliciosos cambios de ritmo. Otro clásico venido de la nada es "Mundo de Amor", de Voces Amigas, que podría figurar tranquilamente en cualquiera de los grandes discos de pop de cámara de los sesenta, una canción que parece esculpida más que compuesta, una melodía angelical entre voces mezcladas con una insuperable arquitectura. Lo mejor de la música se concentra en cada una de las esquinas de esta canción.

"Sunshine Boy", de Licia, es una versión de un tema que no he podido identificar pero que estoy seguro de haber escuchado antes en inglés, sunshine pop de pura sangre, optimista y luminoso, a cargo de una cantante que en realidad parece que era italiana y editó esta canción sólo para el mercado español. Y luego vienen Los Ángeles, el único grupo que pude identificar la primera vez que escuché este recopilatorio, con "Sueños", una de sus canciones más entrañables, de sonido limpio y honesto y, como solía ocurrir con ellos, de inquebrantable estribillo (envuelto en este caso en un mágico "la-la-la"). Sin duda, su inclusión en este recopilatorio parece todo un homenaje. No podemos relajarnos ni un momento, "Fue una lágrima", de Elia y Elisabeth, es otra joya perdida en el tiempo, tonos veraniegos y nostálgicos con unas maravillosa voces femeninas que contagian su dolor sin perder un ápice de belleza. Y "Lluvia en tus mejillas", de Amigos, se desenvuelve con sencillez, para de repente atraparnos con un sensacional estribillo lleno de cuerdas de ensueño y que nos hace preguntarnos qué ocurrió con estos grupos de los que hoy día no se sabe nada. Las cuatro monedas en realidad eran venezolanos, pero al igual que con Tiza, este hecho no tiene demasiada importancia, "Cosas" es otro hito, espirales de trompetas, melodía intrigante e infecciosa, armonías vocales, en fin, lo tiene todo y es digna de aparecer en un recopilatorio con un nivel de exigencia que raya la utopía.

Mencionemos brevemente "Una flor es mi amor", de Les Extremes, no porque no sea buena, todo lo contrario, igual de buena que las otras, creedme, un navío surcando olas en plena tormenta, pero es que ya no puedo contener las ganas de hablar de la que le sigue: "Voy buscando", de Dulces Años. A primera vista parece una versión de un clásico del pop, pero en realidad no lo es, se trata de un tema compuesto por los miembros de este grupo cuando tenían catorce años. Y acaba siendo palabras mayores, una de las indiscutibles cumbres del pop en español, una sensacional aventura que jamás debió ser olvidada y que contiene una melodía esperanzadora, directa, positiva, embriagadora, junto a pasajes que son de lo más sofisticado y certero que se ha hecho nunca por aquí, todo ello concentrado en sólo tres minutos. El "Good Vibrations" español, sin duda, un rayo de luz que muestra la cara oculta de nuestra música que nunca nadie se molestó en enseñarnos. El sunshine pop inyectado en vena sigue con "Pediré" de Parábola, que cualquiera diría que viene de las listas de ventas estadounidenses de mediados de los sesenta, muy parecida a las canciones de los Monkees en sus mejores momentos, honesta, buena sin paliativos. Luego, Nueva Democracia, con su "Hey Hey", nos quieren engañar con un comienzo en el que parecen haberse fijado en Crosby, Stills, Nash & Young y grupos por el estilo, pero luego se ríen en nuestra cara, porque nos dan una bofetada de sensacionales armonías vocales, muy en la línea de los Ángeles, trazadas como un águila en una melodía que rinde culto a los dioses del pop.

Y más adelante, el grupo Oveja Negra, del que nadie sabe nada, ni siquiera su dicográfica, con una canción monumental que incluye algo más de energía guitarrera pero que al final se rinde a la magia del estribillo preciso: "Pensando en ti" es otro de los clásicos perdidos de este recopilatorio, algo folk -no mucho- y con una personalidad que hace muy raro saber que apenas grabaron nada más. "Let's Hang On", de Queimada, consiste en acercarse al clásico de los Four Seasons desde una perspectiva que reúne tanto los sonidos wilsonianos como la fuerza popera de los setenta, todo aquí es puro entusiasmo y energía. Después, David y Sonia nos presentan "Pensando en ti", teñida de melancolía y con claras referencias tanto a la elegancia de Burt Bacharach como a la bossa-nova, una sensacional rara avis del pop en español. Los chilenos Tiza repiten con la cara B de "Juventud", que es "Sometimes", un tema que remite a la música de la invasión británica de la primera época, combinando en la misma proporción gancho y humildad. Magnífica, como también lo es "Nuestro lugar" de Tuset 31, pop de cámara en el que el espíritu de los Zombies emerge de nuevo, barroquismo que no oculta una sensibilidad a flor de piel de la que no hay por qué avergonzarse. Por si no ha quedado ya claro, el sello de calidad de este recopilatorio lo certifica "Todo acabó", de los Yetis, que es ni más ni menos que una fantástica versión de "My World Fell Down" de Sagittarius -se grabó a principios de los años setenta, pero el grupo era colombiano y no español, todo hay que decirlo-, que mantiene su voluntad barroca y acentúa y hace más próxima, quizá, toda su tristeza latente. Y ya para acabar, "No te vayas nunca", de Daniel Velázquez, la canción del lote que quizá tuvo más posibilidades comerciales, porque se acercaba más a los estándares del momento, pero lo hacía por la vía de un refinamiento que tenía más que ver con Solera o Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán que con Nino Bravo.

Papagayo, The Spanish Sunshine Pop es uno de esos recopilatorios que cambian vidas y que ofrecen un placer y una felicidad sin precio. Por otro lado, su escucha resulta absolutamente imprescindible para dar luz a una dimensión desconocida de música en español que se alza alegremente al nivel de los tótems de referencia del estilo. Veinticuatro canciones de los años setenta, pero de un valor atemporal, y que se meriendan a los discos habitualmente citados en las revistas "profesionales" cuando hablan de esos años.

Papagayo. The Spanish Sunshine Pop

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jueves, mayo 08, 2008

Syd Barrett: de viaje por otros mundos (III). "Barrett"

Barrett, publicado en 1970 y el segundo y último disco en solitario de Syd Barrett, nace como continuación natural del primero, The Madcap Laughs, pero con una premisa diferente. Si antes se había querido acentuar el talento en bruto, la energía descarriada de quien en último término fue un excepcional compositor de canciones, con Barrett se buscó el refinamiento, sonidos más accesibles y amigables, un objetivo que, como veremos, no siempre pudo cumplirse. Barrett terminaría siendo el canto del cisne de su autor, no tan auténtico como The Madcap Laughs, pero eso sí, con una generosa cantidad de joyas en las que brilla como el oro una irrepetible manera de entender la música.

No hay más que escuchar "Baby Lemonade" para darse cuenta de que suena distinto a todo, de que hay un toque mágico, evocador de mundos lejanos e incomprensibles que sólo Barrett sabía ver y transmitir. El punteo de guitarra cede el paso de repente a un órgano acaparador sobre el que se vierte una melodía absolutamente infecciosa, de otro planeta, intrigante porque no sabemos muy bien qué terreno pisamos. Cósmica, esotérica, amenazante, se trata de una canción única en su especie, un innegable hito de los setenta que, gracias a la sensibilidad pop de Barrett, cuenta con un estribillo entre placentero y tenebroso, por no hablar de la batería y el bajo a lo Beatles del Magical Mistery Tour que se cuelan de vez en cuando. "Love Song" quiere ser distinta, más cercana, es una de las canciones en las que Barrett intenta inyectar una candidez que está envenenada y que convierte los buenos sentimientos en un sueño obsesivo. Y para acabar de arreglarlo, la siguiente es "Dominoes", otra canción en lo más alto de la década, que transmite una infinita tristeza junto a esa sensación de estar caminando sin el suelo debajo, psicodélica en el mejor de los sentidos, emocionante por su languidez, por su incapacidad para pasar desapercibida (no es extraño que tuviese un parto muy complicado). En "It Is Obvious", Barrett parece estar descomponiéndose, algo que ni siquiera logran ocultar los pizpiretos arreglos.

"Rats" es un intento de hacer algo parecido al blues pero sin ningún tipo de dirección, otra vez con los instrumentos jadeando para encontrarle algo de sentido al asunto. Y con "Maisie" se repite la jugada, no es más que un Barrett ya prácticamente catatónico y autista esforzándose en componer algo, aunque la insólita voz ronca con la que canta tiene su tirón. Afortunadamente, "Gigolo Aunt" nos reconcilia con las canciones entendidas como tales, es otra de las estrellas del disco, extrovertida, pegadiza, con un ritmo constante sobre el que planea una melodía que viene del mejor Barrett posible. Lo mismo podría decirse de "Waving My Arms In The Air", quizá más arrastrada y desengañada, pero con un encanto de folk del desierto que la hace irresistible. En "I Never Lied To You" se pierde nuevamente el norte: una vez pasado el atractivo comienzo, parece que el acompañamiento lo pasa mal para entender hacia dónde quiere ir Barrett, como si estuviese por completo fuera de control, aunque sucesivas escuchas revelan una belleza fragmentada de fondo que cabría preguntarse si ya tiene algo que ver con la música. Los pasos firmes se recuperan en "Wined And Dined", que destila un precioso romanticismo de marcado tono onírico, una fantasía otoñal hecha notas musicales. Igual de emocionante es "Wolfpack", aunque de una manera más épica, trascendente, como un cantar de gesta perdido, y con algunos agujeros cósmicos que demuestran lo mucho que aprendieron los Pink Floyd sinfónicos de su primer líder. El disco termina con "Effervescing Elephant", recuperada de entre las primeras canciones que compuso Barrett a los dieciséis años: deliciosa, imaginativa, juguetona y con un acertadísimo trombón de fondo que subraya la atmósfera de cuento infantil lisérgico.

The Madcap Laughs, dentro de su dispersión, era un disco con una dirección muy concreta, coherente a su manera y con unas canciones redondas, fruto de una psique que aún resistía las embestidas de la inestabilidad mental. Sin embargo, en algunos momentos de Barrett se hace evidente la profunda huella de la locura y el ruido de cimientos derrumbándose, a pesar de una producción que, valga el juego de palabras, opta por hacerse la loca cuando esto sucede. Lo que en todo caso resulta innegable es que el disco contiene varias canciones que demuestran por qué Barrett, más allá del romanticismo y de consideraciones no musicales, era un genio con todas las letras. Alguien que tocó una luz demasiado pronto y que desgraciadamente acabó desintegrándose, pero que dejó por el camino algunas melodías que poblaron el pop de lenguajes extraterrestres y de sueños milenarios.

Syd Barrett. Barrett (1970)

Es del todo recomendable la caja Crazy Diamond, muy completa y habitualmente a un precio interesante, que recopila en 3 CD's todas las grabaciones de Syd Barrett, incluido Opel, un recopilatorio de descartes que apareció a finales de los ochenta.

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martes, mayo 06, 2008

Syd Barrett: de viaje por otros mundos (II). "The Madcap Laughs"

El verdadero asalto de Syd Barrett al vinilo perdido empieza con este disco, grabado en 1970 en unas circunstancias muy especiales. Después de un año desaparecido, Barrett propuso publicar un disco con material que había compuesto casi en secreto. Las canciones parecían interesantes y se aprobó el proyecto, lo cual dio lugar a una serie de sesiones de grabación caóticas, sujetas a los caprichos imprevisibles de Barrett, al ajustado presupuesto con el que contaban y al límite de horas de estudio. El resultado, sin embargo, se ajustó como un guante a lo que necesitaban las canciones de Barrett: una atmósfera de extravagancia y locura, un clima encerrado en sí mismo pero increíblemente sugerente, y una desnudez de fondo que potencia la fuerza de unas composiciones excepcionales.

Hay quien ha criticado esta sobreexposición a la que fue sometido Barrett: las canciones muestran sin compasión sus desvaríos, sus gallos, en definitiva, su condición de persona enferma. Pero al mismo tiempo parece como si el disco no pudiera sonar de otro modo. The Madcap Laughs funciona tanto como el retrato de un artista esquizofrénico -la enfermedad se nos muestra de una manera hermosa, positiva, creativa- como, sobre todo, uno de los discos más encantadores y sugerentes que se han grabado nunca. "Terrapin" es el primer paso en este terreno incierto, arrastrada, perezosa, pero también hipnótica y, al final, una de las señas de identidad del disco tras su condición de blues alucinado. En "No Good Trying" ya asoma el caos, a Barrett le cuesta seguir el ritmo y la canción parece a punto de desbordarse en cualquier momento. Si a esto le sumamos una melodía obsesiva, atropellada, pero que al final siempre lleva a su puerto el desconcierto de instrumentos, nos queda una canción de otro mundo, hermosa e indescifrable. No menos compulsiva es "Love You", el sueño se adentra en senderos de cabaret y pianos de opereta, a un ritmo neurótico que rompe cualquier tipo de referencia, la música expresada a través de un filtro lisérgico en plena lucidez. "No Man's Land" llega a ser emocionante, aparece una guitarra distorsionada que viene de la época del primer disco de Pink Floyd, pero enterrada bajo capas de humo para no quitar protagonismo a una canción poderosa que nos ataca sin compasión.

En ese momento aparece la desarmante "Dark Glove", sólo Barrett y su guitarra para sonar más auténticos que nunca, casi escalofriante por el desamparo que expresa entre múltiples gallos y frenéticos cambios de acorde. Uno de los momentos más hirientes del disco, de efectos rebajados por la más luminosa "Here I Go", tonadilla alegre en la cual las nubes despejan por un momento bajo efluvios de suave vodevil. Y entonces otro magnífico estallido de rabia: "Octopus" demuestra la extraordinaria habilidad compositiva de Barrett y su enorme intuición, los cambios de ritmo enganchan a la primera a pesar de no tratarse precisamente de una canción sencilla. Es el aperitivo perfecto para otro alto en el camino: la cabalística, inamovible, contemplativa "Golden Hair", o nuevamente cómo hacer audibles el LSD y las experiencias místicas inducidas, gracias a una melodía que Barrett ha extraído del mundo de los seres míticos y unos arreglos muy sutiles y apropiados al tono visionario. Pero hay más: "Long Gone" suena agreste, desértica, desesperanzada, y alcanza niveles impresionantes en un estribillo que supura dolor.

En "She Took A Long Cold Look" Barrett lee directamente las notas y los acordes de una libreta, pero la canción, aunque casi es tratada como un esbozo, mantiene un cálido poder, una belleza de fondo que la hace imbatible. "Feel" es preciosa y duele en sus giros, suena desde un pozo de tristeza infinita con sus formas de folk que nace en el alma. Otro capítulo excepcional, al que le sigue "If It's In You". No podremos evitar escuchar mil veces la primera entrada en falso de Barrett, su graznido, como si el disco fuera a desmontarse definitivamente, pero al final lo logra, la canción mantiene el nivel de las otras, es extrañamente fascinante su poder para suscitar, al mismo tiempo, una idea de locura y descuido y, por otro lado, una infinita y visionaria sabiduría compositiva. Y el disco aparca en "Late Night", el último trallazo de esquizofrenia luminosa que atraviesa las estrellas, la última oportunidad para engancharse a la cola del cometa que nos llevará a otro universo. Mágica y caleidoscópica.

The Madcap Laughs es un disco necesario, un capítulo aparte al margen del desarrollo histórico de la música, la obra más pura y perfecta en su imperfección de un músico visionario y sobrepasado por las circunstancias. Su siguiente paso, Syd Barrett, grabado en 1971, también presentaría canciones brillantes pero esta vez tratadas con traje de gala. La alucinación instantánea, los gestos bohemios y el aire viciado quedarían como rasgos exclusivos de uno de los discos más adictivos y extraños de los setenta.

Syd Barrett. The Madcap Laughs (1970)

El jueves presentaremos el último artículo de la semana Syd Barrett, sobre el disco que grabó en 1970, antes de desvanecerse para siempre, cargado de auténticas joyas que acabarían de pulir su leyenda.

Textos recomendados:
"The Madcap Laughs". Por Cinco Clavos en
Crítica Crítica. El autor se muestra contrario al tipo de producción del disco, que califica de "despiadada".
"Syd Barrett. The Madcap Laughs". Por El Buen Amigo en Aficiones, Aflicciones y Afectos del Buen Amigo. Disección del disco canción por canción.

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domingo, mayo 04, 2008

Syd Barrett: de viaje por otros mundos (I). "The Piper At The Gates Of Dawn"

Syd Barrett es el protagonista de una de las historias más fascinantes del pop, la breve e intensa carrera de un músico que expresó lo que hasta aquel momento parecía inexpresable. Un mago salido de otra galaxia y que encarnó como nadie el significado de la psicodelia y la expansión de la mente, un constructor de canciones que seguían la tradición de una legendaria y desconocida civilización marciana a la que sólo él tuvo acceso. Su obra, que abarca apenas tres discos, contiene momentos de turbación extrema, pasajes en espiral de inquietantes mundos perdidos en el fondo de nuestro espíritu, diapositivas de la dimensión desconocida que se nos muestran con todo lujo de detalles. Syd Barrett se volvió loco después de grabar su único disco con Pink Floyd, en aquel año mágico de 1967 en el que las mejores bandas competían por lograr la obra maestra definitiva del pop. Su luz llegó hasta el infinito, y por eso mismo se quemó pronto.

"Arnold Layne" y "See Emily Play" eran los dos escalones necesarios para empujar a Pink Floyd hacia la fama. La primera contiene todos los ingredientes con los que Barrett hacía de sus canciones píldoras musicales de ácido lisérgico: una guitarra siempre a la expectativa, tensa, con sonido de motores de cohete a punto de despegar, baterías marciales y una melodía de exótica belleza que de repente se abre en un paisaje indescifrable, enigmático, milenario. Esto puede verse especialmente en "See Emily Play", que obtuvo inmediata repercusión: una sensación de peligro por estar a punto de perder las coordenadas, de quedarse flotando en el espacio. Sin embargo, este peligro inminente es lo que nos lleva a contemplar lo que no podríamos de otro modo: el abismo profundo de los sueños más olvidados, en los que hace siglos que los ríos fluyen, ajenos al tiempo. Amenaza y belleza son dos elementos que irán de la mano en las mejores canciones de Barrett.

Pink Floyd, acostumbrados a las larguísimas improvisaciones que ofrecían en sus conciertos, en una época en que pretenciosidad, vanguardia y virtuosismo empezaban a tomar los mandos de lo que sería la música de los próximos años, se ven obligados en 1967 a concretarse y a recortar sus excesos para grabar un disco orientado al mercado pop. No podía haberles ido mejor. The Piper At The Gates Of Dawn es un álbum excepcionalmente sugerente, un viaje instantáneo al fondo de la mente, una obra cumbre que su hacedor, Syd Barrett, no pudo terminar sin dejar para siempre en el camino su noción de la realidad. Los cuatro minutos escasos de "Astronomy Domine" tiene para quien la escucha auténticos efectos de proyección astral; las guitarras se trenzan unas a otras para crear un entorno que insinúa el infinito, la nada, el corazón palpitante del universo, mientras Barrett canta como un iluminado, como si en realidad rezase a un dios pagano, para acabar con un coro de apóstoles que hacen de esta canción un salmo de una religión extraterrestre. El secreto del estilo de Pink Floyd era la imprevisibilidad de Syd Barrett, de una manera que recuerda mucho a las visiones de Roky Erickson y los 13th Floor Elevators, pero desde una sensibilidad más refinada y pop. "Lucifer Sam", la segunda canción, es totalmente amenazadora, revela la maldad que se esconde en los puntos ciegos de nuestra percepción, y que quedan al descubierto cuando el ácido nos abre los sentidos.

La misma sensación tenemos en "Matilda Mother", que es un cuento infantil del que se desprende una cierta sensación perversa, como si caperucita roja fuese a degollarnos en cuanto nos despistáramos. Pero la cima de la revelación llega indiscutiblemente con "Flaming", rebosante de magia, prácticamente esotérica, con unos acertados efectos sonoros que incrementan la sensación onoríca casi hasta la experiencia audiovisual, y una guitarra acústica que protagoniza el momento más emocionante, en el que Barrett canta otra vez como el profeta de la imaginación y transmite ternura y amenaza, muerte y paz. Inolvidable. El instrumental "Pow R. Toc H.", por otro lado, juega con crear un ambiente selvático, tribal, entre surcos de piano jazz y explosiones volcánicas. "Take Up Thy Stethoscope And Walk", la única canción de Waters en el disco, es considerada por muchos un estorbo. No estoy de acuerdo: aunque mucho más estándar que las locuras astrales de Barrett -no olvidemos que era un genio-, acaba siendo un resultón puñetazo de garage con un adictivo estribillo.

"Interestellar Overdrive" es la grabación de uno de sus momentos clímax en los conciertos. Pink Floyd pasaron gran parte de 1967 tratando comprimir este tema, que en escena podía durar casi una hora, a unos diez minutos que no desbaratasen el concepto de The Piper At The Gates Of Dawn como un disco esencialmente de canciones. El esfuerzo les dio como resultado un tremebundo instrumental de pesadilla, algo extenso en el conjunto, pero totalmente disfrutable con una actitud paciente y decidida a perderse en las sensaciones cósmicas de la nave espacial que Barrett usa como guitarra. Mucho más amable es "The Gnome", que anticipa al cantautor de folk lisérgico que Barrett sería en sus dos siguientes discos después de la tormenta. "Chapter 24" sirve de nuevo para cerrar los ojos y ponerse a levitar, es otro salmo entrelazado con unos teclados pegajosos y sonidos de gong tibetano. Y de ahí otra vez al folk con "Scarecrow", humilde, casi regional, pero imbuida de una fascinante belleza en cuanto hace aparición el arpegio de guitarra acústica. Para terminar, la juguetona "Bike", que tiene su gracia en el infantilismo que rezuma, entre teclados de juguete, efectos de sonido y la forma de cantar como un niño caprichoso de Barrett.

The Piper At The Gates of Dawn fue uno de los discos más importantes de 1967 y un episodio culminante del pop psicodélico, justo a las puertas de lo que después llevaría al rock progresivo. El cerebro de Barrett había quedado seriamente dañado, tanto por su abuso de las drogas como por su continua inmersión en mundos aparte. Su incapacidad para seguir tocando en conciertos y para encontrar otro single que pudiese llegar al número 1 -apreciables intentos son canciones como "Vegetable Man" o especialmente "Jugband Blues", en la que una orquesta sale de un sueño para colarse en la canción-, le valió la expulsión del grupo. Sin el talento y la sensibilidad pop de Barrett, Pink Floyd acentuaron su faceta más grandilocuente y vacía y acabaron convirtiéndose en uno de los artífices del auge del rock progresivo.

¿Y Syd Barrett? Frenado por sus crisis psicóticas, fue capaz, sin embargo, de componer poco a poco más visiones de su mundo de locura. El martes podréis leer el artículo correspondiente a su primer disco en solitario de 1970, The Madcap Laughs.

Pink Floyd. The Piper At The Gates Of Dawn (1967)

Textos recomendados
"Syd Barrett". Por Luis, en Computer Age. Artículo sobre su trayectoria musical.
"Syd Barrett. Vuelve. Tú, delirante observador de visiones". Resumen de entrevistas y citas. Termina con una rarísima entrevista a Barrett en 1983, en la que ya queda patente su estado de deterioro.

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