martes, agosto 21, 2007

Vancouvers, el mejor grupo español

En 1990, el grupo madrileño Vancouvers publica su primer disco, No Particular Place, que sorprende entre una prensa musical por lo general demasiado llena de oficio y carente de pasión. Blas Fernández, en Rockdelux, escribió que el grupo "construye un robusto disco de debut, apasionado y caliente, con buenas canciones propias y versiones bien encajadas". Y M. Torres, en Ruta 66, se mostraba más cauto y afirmaba que "son gente que sabe sacarle partido a sus limitaciones construyendo canciones con sentido dramático y fuerza expresiva a partes iguales". Empezaba ya así la inextinguible maldición de los Vancouvers a lo largo de su vida, un éxito crítico que los contemplaba como quien mira al cielo y piensa que hace un día bonito, un reconocimiento innegable pero extrañamente anestesiado, y unos logros comerciales que oscilaban entre nada y casi nada.

Los Vancouvers al completo durante la grabación de No Particular Place, con
Alex Chilton a la izquierda


Porque lo cierto es que su primer disco era uno de los más excitantes y prometedores debuts de todos los tiempos, un áspero, rocoso catálogo de canciones que navegaban entre el rock y el power-pop y que se acercaban sin complejos al sonido de los clásicos, imitándolos, siendo ellos. No todo acabó aquí, el resto de sus discos serían igual de buenos, pero No Particular Place cuenta con el añadido de la frescura, el brío, la contundencia del primer intento. La primitiva "What I'm Wearing" abre el disco como un grito de guerra, la voz de Marta Romero ya muestra su propensión a la garra, al combate, sin que eso le impida cantar con emoción y constituirse en una de las mejores voces femeninas que ha dado nunca la música española. Y Juan Santaner hace explotar sus guitarras de una manera que recuerda mucho al descaro de las grabaciones de esos grupos garage de los 60, que publicaban un single para luego desaparecer. "Let It Go", otra de las joyas del disco, habría sido un éxito inmediato en cualquier otro grupo con más promoción, es fenomenal, lo tiene todo, se va desarrollando lentamente hasta que llega a un estribillo que estremece, luchador, crudo, adictivo.

"Fun" se retrotrae con gran cultura y conocimiento de los clichés a la música garage, y "Love Rubble" aumenta las revoluciones hacia un rock más parecido a lo que hacían Iggy y los Stooges, mientras que "Little Killer" es una genial recreación del sonido de Lou Reed, Velvet Underground y todos los demás gigantes neoyorquinos, una canción que huele a americano por los cuatro costados y que Marta canta con concisión y sin exhibicionismos innecesarios. Sin embargo, personalmente prefiero las curvas del pop de guitarras de "No Particular Place", sin perder un ápice de fuerza pero más entregados a una melodía que parece clásica, como si fuera una versión de unos Big Star con algo de esteroides. "Sometimes" se hace otra vez guerrera, con unos acordes repetitivos y la voz de Marta dando estocadas arriba y abajo. Sin embargo, mi favorita es sin dudas "Like a Sick Dog", clásico entre los clásicos, una de las cien canciones más emocionantes de toda la historia, joya pulida y sincera, inyectada por vena en el alma. La guitarra acústica, Marta mostrándose herida por primera vez, la delicada melodía, todos sus detalles componen una fenomenal, humana y expresiva obra maestra.

El resultado de todo esto: un disco mítico, relativamente ignorado, imposible de encontrar hoy día. Y todo ello a pesar de contener algunas de las mejores canciones que un grupo español ha compuesto nunca y de estar producido por Alex Chilton, uno de los dos tótems de Juan Santaner (el otro son los Beatles). Sin embargo, como ya había dicho Ángel Cubero, bajista del grupo, "Con Alex Chilton, la producción la hicimos prácticamente nosotros. Él se limitó a hacer las mezclas". Probablemente sea ésa la causa de su sonido quebradizo y sucio. Y también tuvo que ver que Polar, su discográfica, quebrase al poco tiempo y desapareciera así cualquier opción de promocionar el disco o darlo a conocer. A pesar de todo, ni las ganas ni el talento del grupo decrecieron y dos años después, en 1992, graban Quintessential, con producción de Mike Mariconda, disco del que ya se habló en este mismo blog, y que participa de la misma calidad y sonido de los grandes del rock alternivo de esa época. La voz de Marta se hace más emocionante si cabe y adquiere más matices, las canciones viran hacia una mayor importancia de la melodía y las guitarras de Juan Santaner pillan la chispa de los mejores grupos del momento y la reproducen con unas fenomenales canciones. De nuevo, el sonido es crudo y deliberadamente embarullado, lo cual cerraba las puertas a cualquier mínimo atisbo de comercialidad. Vancouvers, en ese momento, son el mejor grupo español, lo saben, y la prensa lo atisba, pero prefiere ayudar a mediocridades más "generacionales" como Los Planetas.

Y de nuevo, además, surgen los consabidos problemas con la discográfica, en este caso, Mondo. Como reconocían los Vancouvers en una entrevista a Rockdelux: "Dijeron que iban a sacar un CD y un single promocional, pero al final la promoción la estamos haciendo nosotros. Todo lo estamos haciendo nosotros. Incluso la distribución. Nos está costando una pasta la promoción". Pese a haber grabado ya dos de los mejores discos españoles y de contener un talento abrumador que aún daría más frutos, seguían pasando igual de desapercibidos en relación con el éxito que merecían. En palabras de Marta Romero, tras la publicación del disco: "Es falso que los Vancouvers seamos una banda maldita. Quiero pensar que la gente dice: '¡coño, un grupo que potencialmente podría vender muchos discos, es una pena que no los venda! Supongo que se deben referir a eso, porque hacemos una música muy directa que puede llegar muy bien a la gente: canciones sencillas, pop, que podrían tener más repercusión. Pero, vamos, yo creo que hemos tenido una suerte increíble. Muchos ya se darían con un canto en los dientes con lo que tenemos nosotros. Tenemos fans fieles... la crítica nos trata bien... ¿qué más queremos?". Sin embargo, la crítica aún no parecía haberlos entendido del todo o se limitaban a reconocer su importancia con excesivas reservas, con unas injustificables pinzas, tal y como demuestrá José Boix en su crítica del disco de Ruta 66: "No es todavía un producto perfecto (la voz parece demasiado escondida en las mezclas)".

La leyenda se hará más grande en 1994, cuando Vancouvers, para evitarse problemas, crean su propia discográfica, Mojave, y publican quizá su mejor disco, y posiblemente una de las grabaciones más fascinantes y satisfactorias que se han dado nunca en España. El sonido del grupo se regenera por completo, suenan más accesibles, limpios y comerciales que nunca, gracias a la escrupulosa producción de Paco Loco, y sin perder un ápice de su calidad y de su garra, cada una de sus canciones rebosa carisma, ganas e independencia unas de otras, como una especie de grandes éxitos, pero sin serlo. "King Disaster" es simpática, urgente, la voz de Marta Romero suena al fin decididamente femenina, se desenvuelve con maestría y descaro, y esto es un single con todas las de la ley, divertido, energético, pegajoso. La explosión de guitarras tenebrosas de "I Wanna Feel" no es menos estimulante, se nota mucho la influencia de grupos como Nirvana y Mudhoney, ese tipo casi de rock duro que, pese a todo, trata con cariño la melodía. Vibrante y maravillosa, le sigue no obstante otro peso pesado, "Happiness", una especie de creación a lo Veruca Salt, llena de misterio, terriblemente infecciosa, la mejor canción del indie español (si es que esa etiqueta tiene algún tipo de coherencia), magnífica en sus guitarras crecientes y decrecientes, todo un hit en potencia y aprovechable por cualquier canal de videoclips de música alternativa.

Y no se acaba aquí, la baba sigue cayendo con "Out of The Question", cercana al hardcore melódico más comercial, y claramente inspirada por Green Day y su alternancia de ritmos entre guitarra acústica y electricidad. En este tema, como en todo el disco, son muy grandes, es una fenomenal canción explosiva, capaz de hacer saltar a cualquiera y de dejarnos llevar por su rabia desatada. Una obra maestra que cruza fronteras, el despegue adecuado para luego planear más tranquilamente con la apesadumbrada "I Cut", que otra vez nos ofrece grunge de primer nivel. Porque después tendremos que hacer frente a "Crab Feeling" y el abrupto e irresistible fraseo de Marta en una cascada de guitarras distorsionadas. "Silence Kills" es una joya bajada de revoluciones, en la que nos emocionan como nunca cuando la melodía toma un giro desamparado y directo, y quizá la mejor manera de definirla sea decir que si no conociéramos a los Vancouvers, diríamos que se trata sin duda de algún grupo clásico americano. Y con "Gotta Shake It" estamos ante otro himno furioso, sin paliativos, cantado a varias voces y que se dedica a repetir sin complejos su sencillo y brillante estribillo.

El final del disco no decrece, todo lo contrario, "It's Not Too Late" se viste de nuevo con el grunge brumoso que había popularizado Nirvana, y que en un momento dado se abre milagrosamente con un acompañamiento de trompetas de fondo, un gran acierto y un imprescindible detalle para hacer de esta canción algo especial. Sobre todo, si la siguiente es la honesta "I'll Get Along", de nuevo sonidos americanos, en esta ocasión quizá en la línea de los mejores Lemonheads (los del It's A Shame About Ray), pero con la guinda de un estribillo para el que no hay palabras que hagan justicia, uno de esos momentos musicales que hacen ser feliz y sentirse lleno con la vida. "Miriam" certifica que el disco es un coloso, con sus voces dobladas de una manera muy parecida a como lo hacían The Boo Radleys o My Bloody Valentine, pero otra vez abierta a un estribillo luminoso, fresco y directo como un gancho a la mandíbula. Un brillante surtido de galletas, como indica su título y, en palabras de Juan Santaner, "acabo de volver a escuchar Assorted Cookies y ha resistido muy bien el paso del tiempo, estoy muy orgulloso de ese disco". Por otra parte, Rockdelux apenas le dedicó unas líneas al disco, en las que Laura Pardo remitía al tópico de banda maldita y se limitaba a decir que "esperemos que éste sea el LP que les haga despegar", y Ruta 66 proseguía en esa inexplicable línea del elogio contenido ("galletas surtidas entre las que abundan las que se comen con velocidad de un solo bocado, aunque un buen porcentaje encierra suficiente crema en su interior", según escribía Fernando Gegundez). Mucho más interesantes son las palabras del grupo. Primero, ante su actitud musical como grupo de "música americana": "Quizá eso nos cierra directamente a una parte del público, pero eso es lo que hacemos y lo que nos gusta; es lo mejor que sabemos y podemos hacer. La decisión de cogerlo o no está, pues, en el propio público"; y segundo, ante su propia explicación del disco: "Nos encanta haber conseguido sonar tan distintos, lograr que cada tema fuera un pequeño universo. Y, por supuesto, todo ello manteniendo una línea coherente que los uniera, un nexo común que mostrara a las claras que todo eso son los Vancouvers".

Tanta lucha, fundamentada en una irreductible autenticidad y en un honesto amor por la música, culminará con su último disco antes de separarse, en 1996, Up To You, crepuscular y reflexivo, pero con una producción de Scott McCaughey que les lleva por los mismos senderos de electricidad pulcra del disco anterior. Se trata de un álbum más reposado, menos furioso, y que continúa incluyendo canciones redondas y con garra, que en definitiva era lo que los Vancouvers sabían hacer. Así lo demuestra la primera, "Sentimental Foul", en que la manera de cantar de Marta Romero, temblorosa en los momentos precisos, nos aboca a un canal de sensibilidad electrificada, un fabuloso comienzo para su disco más emocional. "Reach Out" es un nuevo himno, con una preciosa y etérea melodía, imprevisible por su limpieza, descarada y decidida, lo cual da como resultado su canción más bonita. Más acorde a su estilo es "Sweet Teaser", en la línea de esos medios tiempos americanos en los que eran maestros, una nueva muesca en su colección de impresionantes canciones y en su capacidad para emocionar. Juan Santaner estaba presentando sus mejores y más resolutivas guitarras, y Marta, capaz de transmitir cualquier tipo de sensación, demostraba ser la mejor cantante del país. "The Me I Hate" es increíble, otra vez la mezcla de guitarras briosas y una sensacional y sorprendente parte acústica nos retuerce por dentro y nos obliga a deleitarnos con su escucha.

"Five" es nuevamente un cóctel de guitarras, melodía y rock americano, inquietante al principio, gloriosa y pegadiza al final, concisa, estupenda. Sin embargo, "Larrys On TV" empieza a calentar el horno, de apariencia tímida pero decidida en el estribillo, punk-rock de categoría en una muestra más de la heteorogeneidad de los Vancouvers (aquí se atreven incluso con la armónica). Y el galope desbocado llega con "Don't Hesitate", para mí uno de los mejores temas del disco, porque nos hace engancharnos a sus guitarras que caen en picado tanto como a los dos golpes precisos de platillo que culminan el fraseo de Marta. Impresionante y sincera, uno de los últimos hits que los Vancouvers nos regalaron y que son el más claro ejemplo de cómo emocionar con sencillez. "Honeymoon" es una canción más al estilo de sus inicios, asilvestrada, embravecida música de garage, pero con ese componente infeccioso que es marca de la casa de los Vancouvers. Algo que también reivindica "Trust", y esas líneas de voz que dejan tan profunda huella y que se estiran lo justo para derribarnos inevitablemente, y todo ello entre un muro de guitarras con la estructura muy clara y los alardes mínimos. "You Stole Nothing" resulta adictiva desde el principio, tarareable para siempre como un último grito de supervivencia y de fidelidad a los principios, incluido su magnífico final, a modo de cierre lujoso, exclusivo, laberíntico y rebosante de melancolía. Para dar paso, entonces, a algo muy diferente, una exótica canción dedicada a Jobim que no queda como una extravangacia, porque todo ha sido ya dicho, sino como un tributo a su propia heterogeneidad y a su capacidad para ser buenos en cualquier cosa que se propusieran.

Lamentablemente, continuaron sumergidos en su propia burbuja, esa preciosa excepción de la que toda la prensa musical decía, una y otra vez, que era una "preciosa excepción", un grupo que merecía más ventas del que todos los críticos decían que era "un grupo que mercía más ventas", y así una y otra vez, en una especie de círculo vicioso, y sin arrestos para nada más. Leyendo las críticas de este fenomenal último disco, se nota el desconcierto de la prensa. Félix Suárez se arranca con una rareza y dice en Rockdelux que "se aventuran en construcciones más complejas que otros no habrían dudado en emplear para otras composiciones", mientras que José Boix escribe en Ruta 66, en mi opinión de manera inexplicable, "no es que se trate de un trabajo de esos espectaculares que deslumbra a la primera escucha, sino de esos otros que van calando hondo, que duran, que satisfacen ahora y dentro del tiempo que sea". Y todo esto para definir otro disco de primer orden con canciones que llegan a la primera (aunque no a la manera de los singles) y que no buscan complejidades ni un sonido más maduro, sino simplemente crear música que toque la fibra, lo cual debería ser el objetivo principal de cualquier músico.

Cuatro discos fundamentales en un breve periodo de existencia, variados y diferentes entre sí, una calidad sorprendente y un reconocimiento que la prensa les negó desde el principio, a pesar de lo evidente de su calidad y de su condición de fueras de serie de la música española. Algo que probablemente tenga que ver con que nunca se adscribieran a ninguna moda o sonido pasajero que les hiciese merecedores de mayor atención. Sin embargo, el ejemplo es preocupante. Rockdelux, en su monumental y endémico despiste, fiel a su condición de peor revista musical existente, ni siquiera los cita en su lista de los mejores cincuenta discos nacionales de los años noventa (por supuesto, tampoco en la de los cien mejores discos españoles del siglo XX). Pero más doloroso es que mi admirado Juan Vitoria tampoco los nombre en el apartado de discos españoles de su fundamental Discos Ocultos (Avantpress Edicions, 2006). Espero que este texto sirva para reivindicar de alguna manera al mejor grupo español de los últimos años, cuyo sonido tuvo continuidad en los primeros discos de Jet Lag, el nuevo grupo de Juan Santaner tras la ruptura.

Los discos de los Vancouvers son hoy por hoy inencontrables, y sería deseable que alguien se atreviese a reeditarlos. Mientras tanto, aquí disponéis de los enlaces para poderlos descargar y escuchar:

Vancouvers. No Particular Place (1990)
Vancouvers. Quintessential (1992)
Vancouvers. Assorted Cookies (1994)
Vancouvers. Up To You (1996)

Fotografías y fragmentos de entrevistas y de críticas tomadas de Rockdelux, Ruta 66 y Factory. La foto del principio de los Vancouvers con Alex Chilton ha sido muy amablemente cedida por Javier Olaz, primer batería del grupo que participó en No Particular Place. Nuevamente, debo agradecimientos especiales a Carrascus, sin cuya ayuda me habría sido imposible escribir este artículo.

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