miércoles, octubre 24, 2007

Flying Color

Presento hoy quizá uno de los discos más especiales de los que he podido hablar por aquí, una obra cargada de canciones otoñales, melancólicas, idóneas para esta época del año. Canciones sencillas, preciosas en su humildad, acariciadas con una cálida e inofensiva capa de guitarras, tocadas con la gracia de la nostalgia, del carisma, como si cada una de ellas estuviese preparada para hacerse un hueco en nuestras vidas. Sorprende tanta emocionalidad contenida, especialmente si se tiene en cuenta que fue su primer y único disco, que en definitiva es una de las cumbres del pop de finales de los ochenta.

El sonido de este disco es acogedor -como una manta de lana-, amigable, reparte melodías y bienestar a dosis iguales. La fórmula es muy sencilla: melodías quebradizas, guitarras nostálgicas, estribillos hermosos y gélidos, y una energía indómita y sutil, como un recuerdo intenso de momentos felices que ya han pasado. Ahí es donde se mueve este disco, en la sensación de pérdida, de reflexión, de melancolía, pero disparando con las armas del pop: inmediatez, belleza y adicción. La primera canción, "Dear Friend", es todo un himno, con su línea de guitarra que llega hasta profundidades abismales, serena, y su estribillo que arremete como si dijera una verdad profunda. Una de las mejores canciones de la década y una línea a seguir en el resto del disco, que en ningún momento se permite bajar el nivel. "It Doesn't Matter" suena a los Smiths pero en bueno, aquí hay nostalgia de verdad, sin pose, la guitarra acústica cumple su papel a la perfección y es una de las mejores que he escuchado nunca, limpia y precisa, en una composición que permea y llega hasta muy dentro. Todo esto se repite en "One Saturday", que recoge el espíritu de los Replacements, y un estribillo que a estas alturas ya nos hace acostumbrarnos a lo que este disco ofrece, melodías infecciosas y con calor humano sabiamente acompañadas por los punteos de guitarra adecuados. Y "Through Different Eyes" es pura gloria, optimismo ciego e introvertido, casi humilde, aunque siempre están ahí los trazos de guitarra invernal para dejar las cosas en su sitio.

Por eso "Tumble" es algo así como el himno de los perdedores, por fin alcanza el protagonismo esa voz irremediable del desaliento, del dolor muy pensado y ofrecido en plato, con toda sinceridad, sin histrionismos, parece una melodía rescatada de la composición química de una lágrima, teniendo en cuenta un estribillo que es sinónimo de la desolación. "Believe, Believe" concede un poco de tregua, es mucho más energética que las anteriores y más afín a la línea del power-pop clásico, la tristeza también tiene sus respiraderos y éste es uno de esos momentos en que todo parece que vaya a ir bien. Inmejorable punto de partida para otro de los clásicos de los ochenta, "Farewell Song", una de esas canciones que da la impresión de que han existido siempre en el subconsciente colectivo, si tenemos en cuenta la naturalidad con que se desarrolla, su limpieza y el acento emocional y la honestidad que se pone en el estribillo. Si no fuera porque Teenage Fanclub publicaron sus mejores discos años después, parecería que aquí están influidos por ellos, no podía ser de otro modo con esas fantásticas conjunciones de voces y esa ternura contenida e inocente. A continuación, otro de los hits del disco, "I'm Your Shadow", con guitarras rebeldes que siembran a sus anchas los cambios de ritmo y los devaneos emocionales.

En la recta final del disco todo sigue igual de bien. "Wise To Her Ways" contiene más energía que todas las anteriores, y se canta como si se quisiera parir un himno indie, de manera hipnótica y circular, un poco a la manera en que lo hizo Pavement tiempo después. La senda del power-pop despreocupado se recupera en "The Road We're On", no viene mal algo de poder azucarado en las últimas canciones, sobre todo si resulta tan pegajoso como en este caso. "By The Fire" nos propone una tonada que parece sacada del folklore popular, siempre con esas guitarras fibrosas y llenas de sentimiento que caracterizan el disco, para lograr la emoción instantánea. Y no hay mejor manera para acabar un disco así que con un estilo algo diferente, el country, integrado perfectamente con las demás canciones, pero suficiente para dar una nota de color, sin abandonar la melodía pura que se clava en el espíritu como una flecha.


Videoclip de "Dear Friend"

Flying Color nunca hicieron nada más, pero el testimonio de su vida como grupo es francamente inmejorable. Con este disco le dan mil patadas a muchos otros grupos de vida mucho más prolongada y, en algunos medios, permanente. Uno de los momentos más decadentes, puros y hermosos de los ochenta, de la misma estirpe que esas rarezas cargadas de sensibilidad y talento que se dan de vez en cuando. Os advierto que si lo escucháis una vez, le seguirán muchas otras. Aquí lo tenéis a vuestra disposición:

Flying Color. Flying Color (1987)

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miércoles, octubre 17, 2007

The Optic Nerve, "Lotta Nerve"

Los sesenta fueron sin duda una década legendaria en lo que respecta a la música, de gloriosa fertilidad y rebosante de sonidos que dejaron huella para siempre. Aquellos discos misteriosos, bellos, sorprendentes, contenían una inocencia y una pureza que se convirtieron en el ideal de mucha gente que los entendía como el paraíso perdido. Esto es lo que les sucedió a Optic Nerve, una banda neoyorquina de mediados de los ochenta que quiso recrear con su música todas aquellas emociones excitantes en plena época de sintetizadores, crepados de pelo y arrogante posmodernismo. Su postura radical les llevó a no poder incluirse en ninguna de las escenas alternativas que se estaban desarrollando entonces, y de hecho no llegaron a publicar ningún disco en vida, aunque en 1999 se agruparon de nuevo, y al parecer editaron un nuevo disco, On!, en el 2006. Hoy por hoy, nos queda de aquella etapa un legado de dos discos, ambos editados en 1995, varios años después de que se grabaran las canciones: Forever and a Day, un álbum de corte más folk y rhythm & blues, aguerrido y garagero, originalmente compuesto en 1988, y Lotta Nerve, que recopila sus singles y que es el que ahora nos ocupa.

El sonido de este disco es algo absolutamente puro y fresco, sorprende e incluso conmueve la manera en que están plasmadas las canciones, con unas guitarras que se deshacen en estallidos melódicos y unos estribillos cantados como si quisieran llegar al número 1 a mediados del 65 (de hecho, lo hubieran conseguido). Aquí huele a los Byrds, a los Beatles e incluso al Dylan más amable, parece la obra maestra de un grupo americano salido de la máquina del tiempo e influenciado por la invasión británica. Ahí está esa delicatessen que es "Ain't That a Man", nadie sospecharía que esa canción fue grabada a mediados de los ochenta, hay aquí demasiado convencimiento e ingenuidad, con una guitarra Rickenbacker deliciosa y limpia, omnipresente como el agua de las olas, y una batería que suena exactamente igual que cualquiera de las del recopilatorio Nuggets. En este tipo de canciones Optic Nerve eran maestros, tenemos la prueba con la siguiente, "Mayfair", otro tesoro de la psicodelia, cantada a varias voces, una síntesis del misterio y la belleza que se escondían en discos como los de Blues Magoos o Strawberry Alarm Clock. Es increíble cómo suenan a grupo clásico, porque también lo consiguen en "Happy Ever After", donde se parecen más a Bob Dylan, o quizá a los Byrds, con una melodía que parece haber sido captada directamente de los años sesenta en las maquetas inéditas de un grupo oculto. Demasiado bueno.

Todos estos adjetivos pueden aplicarse de nuevo a "Take Me", con un espíritu muy afín al de los grupos del Paisley Underground de aquellos mismos años, pero con un sonido infinitamente más cercano a la época en que se inspiran, y una Rickenbacker desbocada y que cabalga sobre la canción. En "Leaving Yesterday Behind" son los Byrds, se han transformado en ellos a base de querer parecerse, encarnados más bien en Gene Clark y su particular fraseo a la hora de cantar, e infalibles cuando elaboran, al igual que sus maestros, melodías tiernas y enigmáticas que parecen alzarse hacia el cosmos. Con "Same Way Too" se acercan al country, sin abandonar igualmente la guitarra de doce cuerdas, ni las armonías vocales, ni tampoco el preciosismo en melodía y estribillo, a la manera de unos Flying Burrito Brothers. Y "Kiss Her Goodbye" representa la vuelta a la psicodelica más tierna, al garage más dulce y sensible. "What's She Tryin To Do" es un clásico que podría haber aparecido en el Rubber Soul de los Beatles, consiguen la misma facilidad que ellos para unir de manera sencilla y natural el sonido de cualquier estilo que absorbiesen con la imbatible pegada de la melodía. "What's Been Missin'" ya es una gozada, un himno veraniego que parece ideado en el mundo de sueños de Buddy Holly, y cuya melodía sensual es una exquisitez potenciada por un sonido muy sencillo y concreto.

"Like To Get To Know Her", absoluta obra maestra, se basa por completo en el estilo de Gene Clark de sus discos del 67, apaciguada y sabia, cantada como si él mismo estuviese ahí. Parece, de hecho, una canción folk arrancada de la tradición y que carga con el espíritu de varios siglos. En "She's A Drag" se muestran acelerados y adictivos, mientras que "I See The Truth" es un escarceo por el garage más descarado, por una vez distorsionan las guitarras y se muestran hostiles y disonantes, aunque tampoco demasiado. Para terminar, "The Girl With The Beautiful Eyes" es un postre formado por una melodía que quiere expresar nostalgia y belleza pop, otra vez con el inestimable sonido de las doce cuerdas, pero ahora plegadas a una canción maccartniana que incluye una acertada y discreta guitarra española.

Lotta Nerve es un disco imprescindible por su voluntad fanática de reproducir un sonido de otro tiempo, por incluir canciones tan buenas como las que grababan los grupos en los que se inspiran, por constituir, en definitiva, un reducto de idealismo que no entendía de negocios ni de modas. Se trata de una colección de joyas depuradas y entusiastas, movidas por una energía succionada a las canciones de los sesenta que amaban. Hay un equilibrio perfecto entre pasión y calidad que hace que probablemente este disco sea uno de los más especiales que podremos escuchar nunca.

Lo tenéis aquí:

The Optic Nerve. Lotta Nerve (1995)

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miércoles, octubre 10, 2007

Mamá, "El último bar"

Nunca deja de sorprenderme la extraordinaria fertilidad que supuso el surgimiento de la nueva ola a finales de los setenta, en un movimiento expansivo en el que proliferaron los discos de pop inmediato y sin complicaciones, las guitarras limpias y energéticas y los estribillos directos a la mandíbula. Con guías espirituales de la importancia de Elvis Costello, Nick Lowe o Andy Partridge y sus XTC, se produjo una abrasiva, regeneradora y frenética nueva edad dorada del pop, a cargo de músicos que dejaban de lado poses, introspecciones tortuosas e intelectualismos de pacotilla para centrarse en la ilusión ardiente de la canción pop de tres minutos. El movimiento tuvo un influjo importante en España, donde, como siempre, los mejores no fueron los más conocidos. Es aquí donde se hace obligatorio hablar de Mamá, grupo adicto a las melodías, a los estribillos despreocupados, a las canciones de pop perfecto, juvenil, fresco y de pegada directa.


Su talento quedó plasmado en apenas dos álbumes. El primero de ellos, El último bar, publicado en 1981, es uno de los tesoros del pop español de aquellos años, un conjunto de canciones ultrapegajosas, nítidas, honestas en su sencillez y en su falta absoluta de pretensiones, y por lo tanto cercanas y eternas. Es un disco en el que sobresale por encima de todo las ganas de diversión, de bailar al ritmo de teclados obsesivos y estribillos emocionales, cuando la juventud no es impostura sino un aliento vital que explota y deja a su paso chispas y electricidad. "El show empieza" ya marca el camino, en esos teclados adhesivos hay indudables huellas de los XTC más nuevaoleros y frenéticos, y también, por qué no, de los Stranglers de los dos primeros discos, circulares y matemáticos. "Chica cruel" es más de lo mismo, pero igual de bueno: pegajosidad al máximo, pura melodía de chicle que, siguiendo la estela de los mejores momentos de Any Trouble o The Knack, coros incluidos, se convierte en representante de un hito irrepetible de la nueva ola española. En cambio, "El figurín", con su estribillo arrojado como una flecha, y ese ritmo de bajo tan propio del pub-rock británico, obsesivo y saltarín, está a la altura de cualquier clásico de la época, es puro power-pop diluido en azúcar. Pero ojo, que ahí llega "Escóndete", frustrada, repleta de carisma, sencillamente magistral, porque suena desesperada, hermosa y adictiva, y consigue por méritos propios ser una de las mejores canciones que se han escrito nunca en este país.

La exhibición no se detiene. En "Ligarse a Vicky" han escuchado el bajo introspectivo de "Watching The Detectives", de Costello -cuya figura se alarga sobre todo lo bueno que se hizo en aquella época-, aunque puliendo sus aristas más jamaicanas y logrando una canción de bote fácil y delicioso. Con "Hora punta en el metro" fijan la mirada sin disimulos en el pop de mediados de los sesenta, justo después de la invasión británica, con unas voces que se desgarran imitando aquellos coros apasionados y llenos de desamor. "El número equivocado" retoma el pop sin concesiones, envuelto en unas limpias y blancas guitarras tan en voga durante la nueva ola, y que procedían de las enseñanzas primigenias de Buddy Holly. "Buscándote a ti" es otra melodía enamorada, con la aparición de un saxo que, por raro que parezca, no molesta, sino que ensalza un estribillo otoñal y memorable, como para sentirse de nuevo un adolescente. El espíritu de la nueva ola, abierto a otros ritmos más cálidos, pero siempre integrado en la canción pop canónica, se recoge plenamente en "Las islas", donde se percibe esa curiosa conjunción entre un ritmo reggae y un estribillo al grano (como hicieron todos los grandes de aquellos años, vamos). "Amor de cuatro horas" aumenta las revoluciones y la furia, pierden un poco su candidez pop, tampoco demasiado, quieren ser duros pero canta a la legua que todo está relleno de caramelo que no empalaga.

"Estás muerto" es una canción sensacional, en cuya sangre corre la energía en estado de gracia, en aquellos momentos Mamá se sacaban de la manga las melodías más perfectas, aquellas que explotan hacia fuera, como hacían los Beatles en sus primeros singles. Y si no fuese porque las anteriores canciones son excepcionales, "El último bar", para terminar, podría considerarse la mejor de ellas, porque concentra todo lo que ha ido labrando el carácter del disco: infecciosidad, carácter juvenil, limpieza en el sonido y estribillos hasta en las esquinas, todo ello con un quebradizo y meláncolico aroma otoñal. El conjunto es un bocado sabroso de melodías puras, y en definitiva uno de los discos en español más pegajosos que he escuchado nunca.

Para terminar, he incluido también su primer EP, Regresa a casa a las 10, hoy por hoy tan inencontrable como el disco del que hemos hablado, y con cuatro hits nuevaoleros en los que Mamá no bajan el nivel ni para cambiar de canción. "Regresa a casa a las 10" sería la mejor canción posible para cualquier teleserie protagonizada por adolescentes, en "Nada más" el desencanto se convierte en dulzura, "Chicas de colegio" es una gamberrada power-pop pensada para ser un éxito, y "Ya no volverás" desprende pura emoción acústica de la que deberían aprender los sensibleros que pueblan las listas de ventas de lo que hoy se entiende como "pop español".

Aquí lo tenéis todo:

Mamá. El último bar (1981)

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miércoles, octubre 03, 2007

Velvet Crush, "Teenage Symphonies To God"

Algunos discos nacen de la furia creativa, de un disparo poderoso que avanza incesable, que se ha formado por la acumulación de ideas y por un estado de inspiración y de creatividad fuera de lo común. Todo esto podría aplicarse al segundo disco de Velvet Crush, Teenage Symphonies To God, publicado en 1994, un portento absoluto en la historia del pop, una de las gemas que nos dejaron las olas de los noventa, y nunca lo suficientemente valorado. Es un disco con sabor a verano, a melodías dulces envueltas en guitarras briosas, que no obstante escapa a las clasificaciones. Su particular sonido, casi saturado por toda la savia del pop que lleva dentro, enérgico, variado y dispuesto a configurar infinitas historias imaginarias, es uno de los mejores logros dentro de la música sin pretensiones.

Es un disco de espíritu romántico, quizá idealista, a veces nostálgico, en el que tienen cabida no sólo distintos formatos de canción, sino también guitarras potentes, riffs infecciosos y voces exquisitas entregadas a melodías que vienen del cielo. Tanto el título, como la portada, ambos guiños a las señas de identidad de la música de Brian Wilson, catalogan perfectamente la energía joven y resuelta que se desprende ya desde la primera canción. "Hold Me Up" es el inicio de algo especial, con sus guitarras furiosas pero, al mismo tiempo, amigables (nada de "guitarras abrasivas" a lo Sonic Youth, por poner un ejemplo). Y entre esas líneas de fuerza se cuela la melodía, que enseguida juega sus cartas: pop puro, emocional, al grano, como el de las primeras canciones de los Beatles, y envuelto en coros cristalinos. Parecen jugar a definir el power pop: las guitarras calzan la canción y la empujan a la estratosfera, de alguna manera se sube al máximo la extraña y etérea ilusión que produce escuchar este tipo de música. La segunda, "My Blank Pages", incrementa las revoluciones, no se deja de lado la melodía ni las armonías pluscuamperfectas, pero la línea de guitarra es infecciosa, potente, enérgica, fascinante. Después de dos cañonazos así llega una magnífica versión de Gene Clark, "Why Not Your Baby", que pese a sus sonidos country -incluido el mismo deje de la voz de Clark-, encaja a la perfección en el espíritu del pop clásico. "Time Wraps You" es capítulo aparte: el sonido de una noche de verano se confabula para crear esta canción, cálida, tierna, una sencilla balada que rompe en un estribillo tan pulcro e ingenuo que parece pensado para hacer llorar.

Con "Atmosphere" tenemos sencillamente la canción perfecta. Una melodía que parece un clásico de otro tiempo, con una furibunda inyección power pop, y unas guitarras hawaianas acercando el sonido a lo divino, realmente deliciosas, elásticas, y con un papel esencial para arañarnos por dentro. Y lo que destaca en "#10" es su apabullante sencillez, dentro de un sonido más acústico e intimista, con arreglos de cuerda encantadores y giros melancólicos en la melodía que suscitan una aguda sensación de belleza, apoyada por unas voces limpias y casi susurrantes. Otra obra maestra de dos minutos, para luego entrar de pleno en "Faster Days", canción que rebosa emociones, que parece una historia de nostalgia explicada desde una humanidad abrumadora, con ese especial sonido de armónica y los coros más perfectos que nunca. Podría decir que es mi favorita si no fuera porque todo lo que hay en este disco me gusta mucho; lo que sí es cierto es que se trata de uno de esos temas que perduran a lo largo de los años y que, a poco que nos descuidemos, se va a colar sigilosamente en nuestra historia personal.

Y aún queda mucho más. Por ejemplo, "Something's Gotta Give", un tema de Mathew Sweet donde destaca su particular cóctel de melodía, guitarras de querencia rock y cierto espíritu psicodélico (aunque en mi opinión, con este disco Velvet Crush superaron ampliamente a cualquiera de los de Sweet). "This Life Is Killing Me" parece una especie de clásico del indie, sus guitarras cabezonas son increíblemente adictivas, sobre todo el golpe de rabia del final del estribillo y esos "pa, pa, pa" que estructuran una canción donde la melodía se subyuga más al ritmo. Con "Weird Summer" regresan los virtuosismos melódicos, la canción es una gloriosa exhibición de habilidades compositivas, de belleza perfecta, sublime e inmediata, con un sonido que es el colmo de la transparencia y la nitidez. Y por supuesto, en un disco que es una de los hitos del pop de los 90 no podía faltar la referencia a los maestros de esa década: "Star Trip" es un declarado, honesto y magistral tributo a Teenage Fanclub, como si en un alarde de facultades se hubiesen propuesto alcanzar su mismo nivel con idénticas armas, y lo consiguen, porque está a la altura de las mejores canciones del grupo escocés. Ya para acabar, "Keep On Lingerin'" adopta de nuevo un revestimiento country, al estilo del Gram Parsons de los Flying Burrito Brothers, una balada apaciguada y sincera con la que se cierra relajadamente todo un titán de los discos del pop.

Velvet Crush grabaron después buenos discos, pero nunca se acercaron ni por asomo a esta maravilla, y tampoco es algo que se les pueda echar en cara. Un sonido tan preciso y a la vez tan dúctil y variado, junto a unas canciones que oscilan entre lo muy bueno y lo grande, es algo que está al alcance de poquísimos grupos y que surge en momentos muy puntuales. En definitiva, otro de los grandes clásicos olvidados del pop, que el tiempo poco a poco va poniendo en su lugar, y que podéis encontrar aquí:

Velvet Crush. Teenage Symphonies To God (1994)

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