Normalmente se suele tener un conocimiento muy superficial de The Undertones. Para mucha gente, es ese grupo de punk-pop de los setenta con una canción muy famosa, “Teenage Kicks”. Y cuando uno se encuentra con alguien que sabe algo más, conocerá como mucho los dos primeros discos. “Es que a partir de ahí ya no valen la pena”, te dirán. Y sí, en efecto, The Undertones (1979) y Hypnotised (1980) son dos grandes discos de punk-pop, quizá de los mejores de aquella época, con maravillosas canciones llenas de urgencia adolescente y de melodías infecciosas y aceleradas. Pero, ¿qué pasó después?
Sucedió que, con un mayor dominio de los instrumentos y de las técnicas de grabación, The Undertones cedieron definitivamente al amor por el pop clásico que siempre habían tenido, y del que ya habían dado algún indicio (no hay más que escuchar la gigantesca “Wednesday Week” de Hypnotised para darse cuenta). Se salen entonces de los parámetros del punk-pop y empiezan a crear algo mucho más personal, lo que les valió ser infravalorados de por vida.
En Positive Touch (1981), las canciones de tres acordes ceden el paso a magníficas composiciones mucho más elaboradas, con la mirada puesta en los clásicos de los sesenta, especialmente en la etapa psicodélica de los Beatles. Se entra en un terreno mucho más enigmático, pero no por ello menos encantador. “Julie Ocean”, “Crisis of Mine”, “When Saturday comes” o especialmente el clásico contemporáneo que es “It’s going to Happen” son claros ejemplos de la idiosincrasia de este disco: un sonido muy clásico, también muy personal, que genera en la primera escucha un leve desconcierto con el latiguillo de la curiosidad, lo que lleva a volver a él con cierta frecuencia, hasta que se convierte en uno de nuestros lugares predilectos.
Con el siguiente disco, el más infravalorado y desconocido todavía The Sin of Pride (1983), rizan el rizo y logran una orgía de arreglos encantadores y delicados para unas canciones todavía más pop que las del disco anterior, más largas, más complejas, a veces más difíciles de asimilar, pero que acaban generando el mismo efecto de dependencia a las pocas escuchas. De hecho, es mi disco favorito de The Undertones: instrumentos imprevisibles, coros femeninos, estructuras insólitas, no es difícil rendirse a los pies de canciones como “Valentine’s Treatment”, “Chain of Love” o mi debilidad, “Save Me”, aunque todas rayan un nivel muy elevado. Este disco es sin duda una de las obras maestras de los 80, y también de las más olvidadas (en Allmusic, por ejemplo, ni siquiera figura en la discografía del grupo). Lo publicaron, no pasó nada y entonces decidieron separarse.
Sucedió que, con un mayor dominio de los instrumentos y de las técnicas de grabación, The Undertones cedieron definitivamente al amor por el pop clásico que siempre habían tenido, y del que ya habían dado algún indicio (no hay más que escuchar la gigantesca “Wednesday Week” de Hypnotised para darse cuenta). Se salen entonces de los parámetros del punk-pop y empiezan a crear algo mucho más personal, lo que les valió ser infravalorados de por vida.


El carismático cantante Feargal Sharkey decidió iniciar una carrera como solista azucarado. Y los hermanos O’Neill, las cabezas pensantes, crearon el grupo That Petrol Emotion, del cual lo poco que he escuchado no me ha gustado demasiado. Prefiero quedarme con esa fulgurante carrera en la que consiguieron dos obras maestras del punk-pop y otras dos del pop de quilates.