He escuchado mucho este disco, la primera colección de canciones que publicó Nacha Pop después de múltiples problemas -muchas veces relacionados con la incapacidad de las discográficas españolas para adaptarse a las exigencias de la nueva música-, y siempre llego a la misma conclusión. Ni siquiera la apasionada esponja que por entonces era Nacha Pop, una maquinaria en constante búsqueda de reproducir los sonidos de sus admirados Nick Lowe, Elvis Costello o Dave Edmunds, para saciar sus ansias de melodías y estribillos, puede ocultar un hecho muy concreto que es una constante en la carrera musical del grupo: las canciones de Antonio Vega son por norma general mucho mejores que las de Nacho. Los discos más logrados de Nacha Pop son aquellos en los cuales el modesto alcance de Nacho se alza lo suficiente como para no desentonar demasiado con las canciones de su primo.
Si algo delata a un mal crítico es su tendencia a hacer uso de tópicos para articular sus opiniones. Nacha Pop es quizá uno de los grupos españoles que más afectados se han visto por el cliché, desde el punto de vista de la afirmación de que Antonio era "la introversión, la melancolía, la lánguida ternura", mientras que Nacho representaba la "extroversión, la alegría de vivir y el ritmo ágil de trabajo" (términos extraídos de una marciana reseña de Juan Manuel Freire sobre el disco que nos ocupa, en Los 100 mejores discos españoles del siglo XX de Rockdelux). Un rápido vistazo a su discografía revela claramente que sus mejores obras, Nacha Pop (1980) y Más números, otras letras (1983), se ven favorecidas, la primera, por la discreta presencia de Nacho y, la segunda, por su mejor conjunto de canciones. En el resto de los discos (Buena Disposición incluido, a pesar de esa píldora que es "Qué hiciste conmigo anoche"), las canciones de Antonio se ven ahogadas por la repetida y concienzuda demostración de falta de talento de Nacho.
Sin embargo, en Nacha Pop todo se confabuló para crear uno de los discos más mágicos, explosivos y sinceros de la música española, que al mismo tiempo era una intensa recreación de los efectos coloristas de la nueva ola, en forma de excelentes canciones a la altura de los clásicos que idolatraban. Porque para empezar, "Antes de que salga el sol" es un hito anfetamínico y juvenil, tocado con la gracia de un impresionante cambio de ritmo -aprendido de la escuela de My Aim Is True de Elvis Costello o de Where Are All The Nice Girls de Any Trouble- y de un riff de guitarra digno de convertirse en leyenda y cargado de personalidad. Se trata de una canción que genera, a partir de su sugestiva atmósfera, un entusiasmo genuino e irreprimible. "Lloviendo en la ciudad" hace gala de esas guitarras trabajadísimas, llenas de detalles pero sencillas y acopladas estrictamente a una canción que funciona como un mecanismo, dirigida como una bala hacia un estribillo acelerado. Una de mis favoritas es "Déjame algo", con ese cambio maravilloso al principio en el que una introducción puramente rock & roll da paso a otro himno de la nueva ola, en el que los acordes se suceden de manera calculada, adictiva, en pos de otro de los estribillos más luminosos y energéticos del pop español.
Y por fin hace su aparición "Chica de Ayer", otro de los grandes temas del disco -pero no el mejor-, machacado hasta la náusea por toda esa incierta nebulosa de personajes asociados a la "música de calidad", y favorecido por su versatilidad para atraer a la gente que se acerca a la música de manera casual pero que prefiere no implicarse demasiado. En todo caso, la canción no deja de ser emotiva, una balada de tintes nuevaoleros que disfruta de un sonido cristalino y de la introvertida, tímida y sensual voz de Antonio Vega -tan cercana espiritualmente a la de Ric Ocasek de los Cars, recomiendo encarecidamente la escucha de "Touch And Go"-, si descontamos el irritante sonido de piano en el estribillo -una de las pocas ideas de Teddy Bautista, productor del disco, que el grupo aceptó incorporar. En "Sol del Caribe", Nacho traza una ligera canción con la que demuestra que no está para demasiadas complicaciones, correcta sin más, una línea recta de principio a fin que se contenta con ser una imitación de sus temas favoritos del power-pop. Más atractivo es el breve instrumental surfero "50 Pop", que marca el final de la primera cara del disco.
La segunda cara se abre con "Nadie puede parar", un rock & roll de Nacho Vega que trata de imitar de forma simplista el espíritu de grupos como Rockpile, y que tiene la calidad justa para ser eficaz pero ni mucho menos para haberse convertido, como opinan algunos, en un himno juvenil de las noches locas madrileñas ("el espejo fidedigno de unos días sin freno", como dice Juan Manuel Freire en el artículo ya citado). Mucho mejor es "Cita con el Rock And Roll", donde Antonio Vega ejercita su exuberante habilidad para jugar con melodías y ritmos, en este caso con la mítica progresión de acordes que se convirtió en estándar con "La Bamba" de Ritchie Valens. "El Circo" reitera la necesidad de estribillos vibrantes y lanzados sin concesiones, acompañados por desgarrados sonidos de guitarra que, pese a su sofisticación, nunca dejan de ser naturales, en la canción en la cual quizá Antonio más demuestra su virtuosismo. Los mismos ingredientes, y con el mismo acierto, se incluyen en "Eres tan triste", digna del mejor Costello o de los hits más brillantes de Joe Jackson, trepidante en sus guitarras nerviosas, que se abren con facilidad pasmosa hacia un estribillo radiante. Pero la ristra de excelentes canciones no termina ahí, "Miedo al terror" es sin duda mi favorita y lo mejor que hicieron nunca Nacha Pop, una síntesis perfecta de rock americano y pub-rock británico. Las guitarras acústicas cruzadas del principio son de una majestuosidad intachable, el carisma brota por todas partes ya incluso antes de acometer el estribillo, con esa melodía convencida y pausada que hace que se incrementen las expectativas. Y éstas las superan ampliamente tanto un estribillo explosivo en el que un sonido de órgano muy a lo Dylan pone la guinda, como una fabulosa guitarra que sirve de puente entre las diferentes partes de la canción y que de repente se transforma en otra maravilla -insuperable lo que viene después de "así suena el terror". Es un momento mágico y memorable de un gran disco que pone el punto y final en "Mujer de Cristal", rock & roll estándar cuya fuerza se basa en su brevedad, en su energía y en su adictivo estribillo.
La deformación comercial que sufrió después el grupo -tanto en sus discos como, peor aún, en su recuerdo- no ha de hacer olvidar esta obra maestra que debería figurar entre los mejores álbumes del momento. Un disco cargado de música blanca, directa y enfocada a la canción sin pretensiones es todo lo que queda si ignoramos la constante presión mediática que rodea la historia del grupo, una anfetamina musical de excitante sabor a nueva ola y a irresistible pop por la cara.
Nacha Pop (1980)
Lectura recomendada:
Nacha Pop. Magia y precisión. Álex Fernando de Castro (ed. Milenio, núm. 17).