domingo, enero 27, 2008

Nacha Pop (1980)

He escuchado mucho este disco, la primera colección de canciones que publicó Nacha Pop después de múltiples problemas -muchas veces relacionados con la incapacidad de las discográficas españolas para adaptarse a las exigencias de la nueva música-, y siempre llego a la misma conclusión. Ni siquiera la apasionada esponja que por entonces era Nacha Pop, una maquinaria en constante búsqueda de reproducir los sonidos de sus admirados Nick Lowe, Elvis Costello o Dave Edmunds, para saciar sus ansias de melodías y estribillos, puede ocultar un hecho muy concreto que es una constante en la carrera musical del grupo: las canciones de Antonio Vega son por norma general mucho mejores que las de Nacho. Los discos más logrados de Nacha Pop son aquellos en los cuales el modesto alcance de Nacho se alza lo suficiente como para no desentonar demasiado con las canciones de su primo.

Si algo delata a un mal crítico es su tendencia a hacer uso de tópicos para articular sus opiniones. Nacha Pop es quizá uno de los grupos españoles que más afectados se han visto por el cliché, desde el punto de vista de la afirmación de que Antonio era "la introversión, la melancolía, la lánguida ternura", mientras que Nacho representaba la "extroversión, la alegría de vivir y el ritmo ágil de trabajo" (términos extraídos de una marciana reseña de Juan Manuel Freire sobre el disco que nos ocupa, en Los 100 mejores discos españoles del siglo XX de Rockdelux). Un rápido vistazo a su discografía revela claramente que sus mejores obras, Nacha Pop (1980) y Más números, otras letras (1983), se ven favorecidas, la primera, por la discreta presencia de Nacho y, la segunda, por su mejor conjunto de canciones. En el resto de los discos (Buena Disposición incluido, a pesar de esa píldora que es "Qué hiciste conmigo anoche"), las canciones de Antonio se ven ahogadas por la repetida y concienzuda demostración de falta de talento de Nacho.

Sin embargo, en Nacha Pop todo se confabuló para crear uno de los discos más mágicos, explosivos y sinceros de la música española, que al mismo tiempo era una intensa recreación de los efectos coloristas de la nueva ola, en forma de excelentes canciones a la altura de los clásicos que idolatraban. Porque para empezar, "Antes de que salga el sol" es un hito anfetamínico y juvenil, tocado con la gracia de un impresionante cambio de ritmo -aprendido de la escuela de My Aim Is True de Elvis Costello o de Where Are All The Nice Girls de Any Trouble- y de un riff de guitarra digno de convertirse en leyenda y cargado de personalidad. Se trata de una canción que genera, a partir de su sugestiva atmósfera, un entusiasmo genuino e irreprimible. "Lloviendo en la ciudad" hace gala de esas guitarras trabajadísimas, llenas de detalles pero sencillas y acopladas estrictamente a una canción que funciona como un mecanismo, dirigida como una bala hacia un estribillo acelerado. Una de mis favoritas es "Déjame algo", con ese cambio maravilloso al principio en el que una introducción puramente rock & roll da paso a otro himno de la nueva ola, en el que los acordes se suceden de manera calculada, adictiva, en pos de otro de los estribillos más luminosos y energéticos del pop español.

Y por fin hace su aparición "Chica de Ayer", otro de los grandes temas del disco -pero no el mejor-, machacado hasta la náusea por toda esa incierta nebulosa de personajes asociados a la "música de calidad", y favorecido por su versatilidad para atraer a la gente que se acerca a la música de manera casual pero que prefiere no implicarse demasiado. En todo caso, la canción no deja de ser emotiva, una balada de tintes nuevaoleros que disfruta de un sonido cristalino y de la introvertida, tímida y sensual voz de Antonio Vega -tan cercana espiritualmente a la de Ric Ocasek de los Cars, recomiendo encarecidamente la escucha de "Touch And Go"-, si descontamos el irritante sonido de piano en el estribillo -una de las pocas ideas de Teddy Bautista, productor del disco, que el grupo aceptó incorporar. En "Sol del Caribe", Nacho traza una ligera canción con la que demuestra que no está para demasiadas complicaciones, correcta sin más, una línea recta de principio a fin que se contenta con ser una imitación de sus temas favoritos del power-pop. Más atractivo es el breve instrumental surfero "50 Pop", que marca el final de la primera cara del disco.

La segunda cara se abre con "Nadie puede parar", un rock & roll de Nacho Vega que trata de imitar de forma simplista el espíritu de grupos como Rockpile, y que tiene la calidad justa para ser eficaz pero ni mucho menos para haberse convertido, como opinan algunos, en un himno juvenil de las noches locas madrileñas ("el espejo fidedigno de unos días sin freno", como dice Juan Manuel Freire en el artículo ya citado). Mucho mejor es "Cita con el Rock And Roll", donde Antonio Vega ejercita su exuberante habilidad para jugar con melodías y ritmos, en este caso con la mítica progresión de acordes que se convirtió en estándar con "La Bamba" de Ritchie Valens. "El Circo" reitera la necesidad de estribillos vibrantes y lanzados sin concesiones, acompañados por desgarrados sonidos de guitarra que, pese a su sofisticación, nunca dejan de ser naturales, en la canción en la cual quizá Antonio más demuestra su virtuosismo. Los mismos ingredientes, y con el mismo acierto, se incluyen en "Eres tan triste", digna del mejor Costello o de los hits más brillantes de Joe Jackson, trepidante en sus guitarras nerviosas, que se abren con facilidad pasmosa hacia un estribillo radiante. Pero la ristra de excelentes canciones no termina ahí, "Miedo al terror" es sin duda mi favorita y lo mejor que hicieron nunca Nacha Pop, una síntesis perfecta de rock americano y pub-rock británico. Las guitarras acústicas cruzadas del principio son de una majestuosidad intachable, el carisma brota por todas partes ya incluso antes de acometer el estribillo, con esa melodía convencida y pausada que hace que se incrementen las expectativas. Y éstas las superan ampliamente tanto un estribillo explosivo en el que un sonido de órgano muy a lo Dylan pone la guinda, como una fabulosa guitarra que sirve de puente entre las diferentes partes de la canción y que de repente se transforma en otra maravilla -insuperable lo que viene después de "así suena el terror". Es un momento mágico y memorable de un gran disco que pone el punto y final en "Mujer de Cristal", rock & roll estándar cuya fuerza se basa en su brevedad, en su energía y en su adictivo estribillo.

La deformación comercial que sufrió después el grupo -tanto en sus discos como, peor aún, en su recuerdo- no ha de hacer olvidar esta obra maestra que debería figurar entre los mejores álbumes del momento. Un disco cargado de música blanca, directa y enfocada a la canción sin pretensiones es todo lo que queda si ignoramos la constante presión mediática que rodea la historia del grupo, una anfetamina musical de excitante sabor a nueva ola y a irresistible pop por la cara.

Nacha Pop (1980)

Lectura recomendada:
Nacha Pop. Magia y precisión. Álex Fernando de Castro (ed. Milenio, núm. 17).

Leer más...

lunes, enero 14, 2008

Malcolm Scarpa

En 1993 comienza el particular capítulo en la historia del pop de un músico madrileño que, como un torbellino, graba discos repletos de muchas y enormes canciones, sin tregua y a un nivel de calidad asombroso, no sólo por sus logros, sino por el poco caso que se le hace. Lo cual resulta toda una blasfemia en el caso de Malcolm Scarpa, uno de nuestros más honrosos y geniales músicos, un clásico de verdad -y no de pega, como los que pululan en las páginas de determinadas revistas- que dio con la llave del otro mundo con el que también habían contactado Ray Davies, Brian Wilson y Lennon y McCartney. Su fascinante discografía va a ser todo un hallazgo, por no decir una revelación, para aquellos que no lo conozcan y amen ese tipo de sonidos que se descifraron en los sesenta, focalizados en una obra inmensamente personal que no se ciñe a ningún otro criterio que el del propio Scarpa. Un criterio, por otro lado, siempre fiel al espíritu de la canción redonda, con importancia suprema de la melodía y las deliciosas sensaciones que despierta.

A caballo entre la faceta más gamberra y extravagante de los Kinks, los desvaríos mentales de dibujos animados de la segunda época de Brian Wilson y los romances de juglar moderno de McCartney, los discos de Malcolm Scarpa son abrumadores. Compendio de múltiples estilos, infinitas canciones que nunca bajan el fuelle, paisajes instrumentales y sabores orientados a la causa del pop, Scarpa se ha ganado siempre el favor de la crítica -es imposible que fuera de otro modo-, pero también esa irritante indiferencia que no se corresponde en absoluto con la excepcional calidad de su obra. Como suele ocurrir, estar al margen de modas y carecer de una pose le costó un silencio conspiratorio roto tan sólo ocasionalmente por furtivas líneas que, de refilón y en voz baja, comentaban su valía.

Su primer disco supone un impresionante estallido de talento, de imaginación, de ideas y de artesanía. Tenía todos los componentes para marcar época en cualquier lugar, es muy difícil imaginar un disco que ofrezca más a cualquier nivel: en cuanto a número de canciones (hasta veintiséis en apenas cincuenta minutos), influencias concentradas, arreglos sorprendentes y un hondo latir pop que hacen de este cancionero una joya de múltiples caras, presentadas en su versión más sencilla y directa, completamente artesanal. "Eccentric Millonaire" es el comienzo de la leyenda, pop intrigante y adictivo que sigue con fidelidad los dictados de Ray Davies y haciendo gala de la misma calidad. Abordar un disco así es muy complicado en tanto que todas sus canciones son dignas de mención, aunque podríamos destacar "We Split The Blanket" (suficiente para considerar a Scarpa el Elliott Smith español, muy en la línea de su folk delicado), la alborotada y exquisita "Harold In Winterland" o la maravillosa, totalmente Kinks "About Old Stockholm", recién salida de una dimensión imaginaria de los sesenta. Por no hablar de "Lies", que derrocha tristeza y adicción a partes iguales, o "Crazy About You", que es una de esas canciones bossa-nova que a veces Ray Davies incluía en sus discos, el country pegajoso y mccartniano de "Lazy Day", el himno de elegantes líneas neoclásicas que es "Come Closer Miss Braun", o el descenso a los cálidos infiernos pop de "I Hate You". "Do The Baccarola" parece un clásico que ha existido siempre, porque se desarrolla con la misma seguridad de las canciones que parecen escritas por designio divino, algo que también podría decirse de "Patty, Maxime and Laverne". Y entre tanto pop también hay lugar a instrumentales oníricos o cargados de emotividad, como "Domingo en el Parque" o, especialmente, "Magaria", concebido en un mundo perdido varios miles de años atrás. Sólo he citado unas pocas, lo cual es bastante injusto en un disco sin desperdicio, saturado de calidad, publicado y poco a poco olvidado el mismo año en que Rockdelux eligió a Negu Gorriak como mejor grupo nacional.

Pero Scarpa no se desanima, y sólo un año después, en 1994, publica My Devotion. El disco sigue los mismos parámetros que el anterior, no sólo en número de canciones y en la voluntad de presentarlas artesanalmente, de manera esquemática, con los arreglos precisos en el momento adecuado (recordemos lo que hicieron los Beach Boys con su increíble disco Friends), sino también porque el nivel de exigencia sigue siendo muy alto. Al igual que el anterior, ninguna de las canciones de My Devotion baja del notable alto, son una vuelta de tuerca más en un mundo completamente personal, una visión alucinada pero precisa del imaginario de la mejor música de los sesenta, del submundo colorista que expresaron por primera vez aquellos discos celestiales. Quizá más brumoso que el anterior, y también más abierto a otros estilos -hasta el reggae hace aparición en "A Nonpareil Influenza"-, el comienzo, "Thinking Of You", es significativo de los senderos de melancolía que nos esperan, con una estupenda conjunción de voces al más puro estilo de los Beach Boys crepusculares. Destaca la inclusión de un clásico como "Last Night I Fell For Jenny", vibrante, neurótica y con un estribillo definitivamente obsesivo, los sabores Kinkianos de "A Romantic Love Affair", "The Good Old Neighborhood" -que habría sido número 1 a manos de Ray Davies, insuperable su luminosa línea de guitarra-, o "Do The Funny Hop", otro clásico imaginario de Ray. Scarpa manipula a su gusto sus escenas favoritas del pop y el disco cae como una avalancha venida de ese otro mundo, toda una sucesión de cuadros ante los cuales es imposible apartar la vista. Otras canciones destacables son "The Water Pistol", con su inicio de opereta y ese estribillo sacado de ninguna parte que nos mantiene todo el rato esperando su llegada, el homenaje al Pet Sounds que es "Stone Quiet", el misterio acelerado que transmite "Dinah Flow" o nuevamente esa canción que parece una versión de un gran clásico sin serlo, "From The Balcony". Apabullante y cegador, My Devotion emergió como un disco de igual importancia que el primero, otra obra maestra que en un mundo justo habría sido inmediatamente elevada a los altares, pero en España eran los tiempos del indie y Malcolm Scarpa, siempre fiel a sí mismo y a su visión artística, pasó nuevamente desapercibido. Su profunda cultura musical, su gusto exquisito y su excepcional habilidad compositiva no significaban nada para aquella gente más preocupada de agachar la cabeza correctamente al ritmo de farragosas y absurdas guitarras y de salir bien en las fotos.

The Road Of Life Alone (1995) es el disco que sigue a estas dos maravillas y que, nuevamente, y como ya es costumbre en el autor, cumple las expectativas suscitadas por sus precedentes. Malcolm Scarpa no abandona la estela de una sorprendente racha creativa y entrega de nuevo veintiséis fabulosas canciones que investigan diferentes estilos pero que siempre, al final, buscan ser adhesivas y perfectas. "Gonna Pull A Party" es un energético comienzo en el que se recorre la senda del power-pop nuevaolero, "Frolic Vamp" fue concebida al calor de los primeros discos de McCartney en solitario -autor con el que Scarpa comparte la facilidad para sacarse melodías de la manga- y "She Was a Little Gem", con sus efluvios americanos de carreteras junto al desierto, acaba siendo altamente infecciosa. "I Wish I Could Fall In Love Today" resulta encantadora, es una preciosidad en la que Scarpa vuelca su ingenio creativo para desarmarnos con un estribillo demoledor. A gran altura vuela también "Claire, Marie Claire", desconsoladoramente triste, de nuevo con ecos del mejor Elliott Smith, una conmovedora obra maestra que no llega al minuto y medio, presentada en esencia y sin efectismos, de manera que sus efectos se multiplican. Como en todos los discos de Scarpa, salen clásicos hasta debajo de las piedras, canciones de oro que coyunturalmente se situarían en los sesenta pero que provienen de un autor pop de primer orden, y aquí es donde hay que incluir "Cellophane House", "Slap Happy Anna" o "I Got My Eyes On You" (que sin exagerar, podría formar parte de las canciones más desnudas del Let It Be). Como siempre, la sangre de Ray Davies se cuela en todas las esquinas, brotan preciosos instrumentales (destacaría la languidez de "Fue un otoño estupendo") y, en conjunto, el resultado es otro disco para inspeccionar, admirar y disfrutar durante mucho tiempo. Con The Road Of Life Alone, Scarpa cierra una trilogía que quebranta cualquier análisis cualitativo, uno de los paisajes más exuberantes, imaginativos y personales del pop, tres discos que responden a una misma ideología y a una inspiración que no desfallece en ningún momento, generosos en cantidad y en sensaciones, magnéticos, rotundos. Sin embargo, su escasa -y sonrojante- repercusión no afectó a Scarpa, que al año siguiente, en 1996, tenía preparado otro disco.

Con 33 1/3 Microsillons, Scarpa cambia ligeramente su propuesta. Si la trilogía anterior consta de tres discos de autor sin concesiones, perfectamente intercambiables entre sí por seguir un mismo esquema y compartir la filosofía del White Album de los Beatles, es decir, creatividad sin cocinar demasiado y de múltiples aristas, las canciones de este disco sí que son sometidas a un cuidadoso pulido. Aunque se mantiene el tono artesanal, el número de canciones desciende hasta quince y se fortalece la cohesión interna. Scarpa busca un disco más redondo y unitario, una obra plagada de hits, de canciones pop perfectas que podrían entenderse perfectamente como un disco de éxitos de un gran grupo de los sesenta en la onda de los Zombies o los Kinks (de hecho, sólo añade un instrumental). 33 1/3 Microsillons termina siendo su disco más luminoso, más cargado de estribillos y de claras reminiscencias al pop de la invasión británica. No hay más que escuchar "Hospitals" para darse cuenta de todo esto, una reinvención de "Do You Remember Walter" de los Kinks, y que acaba convirtiéndose en el mejor homenaje que se ha hecho nunca en España al grupo de Ray Davies (atentos al genial detalle de las carcajadas). "Solange Rivegauche" parece uno de los destellos pop de Graham Gouldman, tranquila y sensible, y "A Tribute To la France" es una mezcla entre el estilo de vodevil de los Kinks y el McCartney más apegado a los discos de los años veinte. El Brian Wilson de la época Smile hace aparición en la delicada "Friends Everywhere", y "Heartbreak Ahead" es puro pop de chicle, un single que habría sonado hasta desgastarse en los guateques de aquella época. Pocas cosas enganchan más que la inquietud psicodélica de "You Might Get Better", antes de que llegue una obra maestra absoluta como es "Solitude Is a Magic Word", que podría haber salido como canción destacada en el Something Else, robada a los Kinks desde el futuro, melancólica, juguetona e inmortal. Pero hay más canciones increíbles: ahí está la alegría inmediata y festiva de "Gotta Get You Somehow", la urgente "My Little Alarm Clock" o el pop que prende como un cartucho de dinamita de "This Time". Todo esto acaba haciendo de 33 1/3 Microsillons el disco más accesible y soleado de Scarpa, y quizá también el mejor para iniciarse en su música.

Es posible que tras el brillante resultado de este disco, que a pesar de todo tampoco obtuvo demasiado eco -aunque sí muy buenas críticas-, Scarpa empezara a contemplar la posibilidad de abrir más su música y acercarla a ese tipo de sonoridades a las cuales las revistas prestaban atención. Para ello formó un grupo, The Jacquelines, con el que grabó en el 2000 Jaimita, Songs Of Tragedy and Grotesque. Más allá del desafortunado título, Malcolm Scarpa se aparta por completo de la línea que había seguido hasta entonces e idea unas canciones (sólo once) que se mueven más o menos en el rock soñador de grupos como The Flaming Lips, Mercury Rev o The Soundtrack of Our Lives. Si antes sus canciones se clavaban rápidas y certeras en la diana, ahora quedan paralizadas por un manto de guitarras y de bajos adormecidos que quitan mucha espontaneidad al asunto. Tan sólo en dos temas ("Never Have To Cry" y "Jour de Fete") se vislumbra al Scarpa de siempre, pero en el resto, demasiado largos y con excesiva importancia de las texturas, se pierde algo importante, la chispa se diluye sin solución posible. Nuevamente, y a pesar de su sonido y trazado contemporáneo, el disco apenas tuvo repercusión y el fracaso tuvo a Scarpa en el dique seco hasta el 2004.

Llega entonces Las cosas cambian, su primer disco cantado en castellano, que es un regreso al camino de su pop de autor matizado por variados sabores. Estilísticamente es también su obra más dispersa, aunque acotada de nuevo a quince canciones entre las que, como siempre, predomina el pop romántico, idealista y de formas clásicas. "Formica 2000" es una sorprendente introducción con las formas del jazz, pero "El estanco de Paula" demuestra aquello en lo que Scarpa es maestro, una canción que no llega a un minuto y medio y que insinúa entre formas bellas y sosegadas todo un mundo de nostalgia. Las canciones esquemáticas, perfectas y humildes siguen su camino con "Las cosas cambian" y su vocación de single, la suave elegancia de "Salud y Bienestar", otra vez la magia Kink en "La farmacia ambulante" o, sobre todo, el dolor hueco, sordo, frío, tan cercano y humano, con el que es tan posible sentirse identificado cuando se echa de menos a alguien que ha sido muy especial, que destila "Una tarde en Madrid". Muy atractiva y original es "La Agenda Skaetilica", casi tanto como "Interesante", terriblemente adictiva a pesar de su heterodoxia o de querer parecer una broma (es inevitable que al final nos acabemos fijando en todos sus detalles). Por otro lado, los himnos made in Scarpa -aquellas canciones que parecen grabadas por grupos clásicos- tienen su representación en "Viva la mediocridad", de infatigable ritmo trotón. En definitiva, el conjunto es otro excelente ramillete de canciones que demuestran que Scarpa sigue en forma y que prometen grandes satisfacciones en su más reciente disco, El Traje Vacío, publicado este mismo año y de momento sólo en vinilo.

Investigar -y disfrutar- la discografía de Malcolm Scarpa es imprescindible para quienes disfruten con canciones sencillas, tratadas con mimo, y de placer y belleza inmediatos. La generosidad de Scarpa en este sentido nos proporcionará cientos de horas acompañados de su preciosa y refinada música, una puerta secreta para cruzar la dimensión en la que los Kinks, los Beatles y Pete Dello continúan componiendo canciones, expresando sentimientos y sensaciones en peligro de extinción en los últimos años. Sus discos convierten a Scarpa en uno de los autores más importantes del pop de los últimos años, una figura de primera división que jamás importará a quienes prefieren tomar la música como excusa y no como fin en sí misma.

En emule está disponible su discografía. Recomiendo descargarla porque muchos de sus discos están agotados, pero siempre es mucho mejor tenerlos originales, sobre todo en el caso este artista. Podréis comprarlos en la página web de su discográfica, Hall Of Fame.

Artículo recomendado:
"Malcolm Scarpa", en Add Some Music To Your Day

Leer más...

lunes, enero 07, 2008

Sceptre, "There's A Chance"

¿Cómo es posible enamorarse de un disco? La sensación nunca deja de ser gratificante, es una especie de manto cálido que envuelve los días y los hace especiales, que inyecta magia en cada uno de los engranajes de nuestra vida cotidiana. Si hay un placer mayor que escuchar un gran disco, es recordarlo y dejar que germine en nuestra cabeza, que sus canciones nos invadan sin compasión y nos hagan ver la vida a través de su filtro. El pop es una de las herramientas más potentes para sumergirnos en ese tipo de idealidades, quizá la manera más eficaz para acceder a través de la sensibilidad a esos resquicios del alma que aún necesitan creer en el paraíso. Y esto es ni más ni menos lo que ofrecen los californianos Sceptre con su disco There's A Chance, publicado en el 2006: un embellecimiento de la vida con canciones limpias, honestas, sencillas y adictivas, que hablan del amor y del desamor con ese punto de ingenuidad que provoca irremediablemente una sonrisa de ternura. Y todo ello preparado con los sonidos más limpios de la invasión británica, en un estilo que a veces nos recuerda a los Hollies, otras a los Searchers y casi siempre a los primeros Beatles, en un surtido vitaminas pop de no más de tres minutos que, sin embargo, suenan muy actuales.

Y es que There's A Chance está cargado con la energía del carisma. Es un disco humano, alejado completamente de pretensiones, preparado para arrullar y mecer y para hacernos sentir de nuevo adolescentes, a pesar de que los componentes del grupo son más bien maduritos. La voz de Mark Doughty, tan similar por momentos a la de Pete Dello, se acopla perfectamente a las canciones que él y Daniel Strelecki escriben. "There's A Chance", la primera canción, ya muestra nada más empezar todo el arsenal del grupo: coros cálidos, melodía sensible y guitarras cristalinas en un hechizo de apenas dos minutos que se adhiere desde la primera escucha. La ilusión continúa en "Hold Me", esta vez mucho más parecidos a unos hipotéticos Beatles de una imaginaria invasión británica, o a unos ardientes y melódicos Easybeats, con una melodía que es puro pop de guitarras recién venido de los sesenta y que hubiera sido número 1 en aquellos años. "Rock&Roll" es la pieza más festiva del disco, una sugerencia de desmelene bastante contenido que pega mucho con la filosofía del disco, al estilo quizá de las piezas más movidas y parecidas a Chuck Berry de los primeros Beach Boys. Pero "Shot Through The Heart" regresa a las canciones casi susurradas, dolidas, acolchadas entre guitarras tibias, y que son pura dinamita emocional.

"Lately" recoge las mejores esencias de las melodías de los Byrds, sazonadas nuevamente con un fuerte sentir beat que hace aparición en el estribillo y que la convierten en una canción tan delicada como deliciosa. El baño de sentimientos prosigue con "TLC", donde Sceptre demuestran sin bajar las revoluciones que son maestros en las canciones que se clavan en el corazón desde la nostalgia, la tristeza y la belleza, sin más efectos que sus instrumentos, sus gloriosas melodías y sus voces. "Don't You Know" se acerca mucho a los sonidos escoceses de Teenage Fanclub, es la canción más cercana al power-pop estándar que sigue los parámetros de Big Star, y aun así su melodía es como una ola de nata de la que nunca querremos bajarnos. En este festival del pop no podía faltar el acercamiento a McCartney, que es lo que propone "Anytime You Call", entre delicadas guitarras y percusiones que sugieren crepúsculos de ensueño. Y "I Want To Love You" recupera el pop primitivo de principios de los sesenta, en todo su esplendor inmaculado, como un sencillo alternativo robado de un juke-box de cualquier pueblo californiano.

Lo mejor de There's A Chance no son sólo sus referencias y su sonido unitario y estimulante, sino también la increíble consistencia de sus canciones, que nunca pierden fuelle, sino al contrario: las mejores vienen al final, todas juntas. "Bye Bye Baby" es una canción diseñada para curar el despecho, al estilo de "Not A Second Time" de los Beatles, un bálsamo para el desengaño que cuenta con una melodía etérea, infecciosa, que contagia resignación y fuerza. Después llega "You Never Call", una de las más refrescantes del disco, energética y directa, que se abre en un estribillo completamente desamparado, buscando una explicación, que podría servir como ejemplo de cómo el pop comunica estados inexpresables de otra manera. El particular tour de fuerza continúa con "I Do", mi favorita, una increíble obra de artesanía, en la que Sceptre concentran toda su ternura y su poder de empatía, con la voz más cálida que nunca y los coros más apasionados de todo el disco, lo cual no es decir poco, todo ello en un formato típicamente Beatle de los comienzos. Insuperable y distinguida, se trata de la guinda que todo gran disco contiene en su interior. Pero es que "Better Tell" está al mismo nivel, con los mismos recursos que todas las canciones, es decir, sencillez, emoción, un sonido desnudo y unas melodías que vienen de otro mundo, conjurando las cábalas de los sesenta. Se trata de grandes momentos musicales que dejarán huella en nuestra memoria, particularmente matizados por la última canción, "White Revolver", que la primera vez que escuché el disco no me pareció demasiada cosa -quizá tuvo que ver el nivel de lo que hay detrás-, pero de la que he acabado por hacerme adicto gracias a su amenazante guitarras y a una melodía que parece un descenso directo hacia la desolación melancólica, apática, sin pose. Ahora mismo no entiendo el disco sin ella.

Sobran las palabras para esta maravillosa obra de artesanía, un disco reciente aunque bastante desconocido, una de esas colecciones de canciones que insuflan de nuevo esperanza en el género humano y que demuestran que el sentir de los sesenta continúa vivo, aunque sea casi subrepticiamente y a la manera de francotiradores. Apasionante, abrumador, humilde, sensible y repleto de inolvidables canciones, There's A Chance es uno de los mejores discos que he escuchado nunca -en la línea de grupos como los Spongetones o The Red Button-, y que jamás me cansaré de recomendar. Podéis conseguirlo aquí:

Sceptre. There's A Chance (2006)

Leer más...