Un clásico de la distorsión mental, de la influencia de las drogas, de la psicodelia, en definitiva. Y a manos de los 13th Floor Elevators, inventores del rock psicodélico, padres de todo lo que vino después.
Psychedelic Sounds of The 13th Floor Elevators, el primer disco de la banda, publicado en 1966, no tiene parangón posible. Esto es algo distinto a todo lo demás, un disco extraño a medio camino entre el garage más sucio y descuidado, el pop pervertido y peligroso y una libertad musical e imaginativa sin precedentes. Las canciones son cortas, ninguna pasa de los tres minutos, pero es imposible no sentir una especie de descenso al vacío lleno de curvas y aceleraciones, es la experiencia musical más parecida a ingerir una dosis respetable de LSD. La primera canción es la más accesible a unos oídos pocos entrenados, rabiosa y pegadiza con esa adictiva voz aullante de Roky Erickson, es puro garage de la mejor categoría. Con "Roller Coaster" ya viene el descenso hacia un mundo extraño, canción pionera de la psicodelia que después otros grupos conducirían a niveles hastiantes y soporíferos, pero que en sólo cinco minutos se hace perfecta y hostil. "Splash 1" es delicada, porque Erickson también tenía su lado tierno, una balada dulce y adorable que conduce a "Reverbaration", mucho más grasienta, visceral y cruda. Por el camino nos encontramos con "Don't Fall Down", una extraña pesadilla de una tristeza infinita que parece haber pescado alguno de los fluidos más ocultos de la mente humana, impresionante.
"Fire Engine" es otro mundo, con su estructura algo dispersa y esos aullidos enloquecidos, no hay nada como escucharla subiendo el volumen y dejarse llevar por la experiencia intrigante que propone. "Thru The Rythm" es algo así como un blues obsesivo e hipnótico, infernal, letal. Y después viene "You Don't Know", que brota de unos acordes que salen de la nada, como un hongo desconocido que se expande por el cerebro y revela alguna verdad, una canción sencilla, hermosa, misteriosa, esconde demasiadas cosas en sus retorcidas esquinas. "Kingdom of Heaven" es ya algo parecido a un bajón, cuando el yo acaba de disolverse en cataratas cósmicas incomprensibles, cuando las coordenadas mentales no pueden estar más desbaratadas, el ataque psicótico en su más pura e insondable expresión. "Monkey Island" es más alegre, juguetona, con un marcado protagonismo de la absurda "jarra eléctrica" de Tommy Hall. Y "Tried To Hide" es todo un intento de regresar a la senda que ha abierto el disco, una canción más garage, más "normal", por decirlo de algún modo, los vagones de la montaña rusa por fin se han detenido y ya estamos bajando de ellos.
El encanto de este disco, lo que lo convierte en obra maestra, no es sólo el extraordinario nivel y la originalidad de sus canciones, sino también su carisma, que básicamente consiste en su sonido. Realmente suena como el ojete, como si se hubieran limitado a apretar el play y el record en una cinta de las de mercadillo, pero ese desaliño forma parte de su desparpajo, de su fuerza, de su pegada, sin él no impactaría tanto. Por supuesto, también juega un papel importante el extraño instrumento de Tommy Hall, una especie de jarra eléctrica que producía un sonido burbujeante, hirviente, que a veces puede parecer incluso ridículo, pero que a medida que escuchamos el disco y nos acostumbramos nos muestra su potencial rítmico, su capacidad para crear un sonido único por necesidad.
Este disco ha sido una influencia permanente para grupos de rock psicodélico, fue todo un pionero en su momento, de alguna manera se metió en un terreno todavía virgen que luego explotaron autores como Syd Barrett (quien sacó un buen provecho del estilo), Mercury Rev (con su fenomenal, salvaje, abrumador primer disco, toda una muestra de amor hacia los Floor Elevators y hacia el arte de liberar la mente) y cualquier otro grupo que se precie de hacer psicodelia. En su segundo disco antes de que a Erickson empezaran a fallarle las neuronas por tanta droga, Easter Everywhere (1967), son igualmente grandes, el talento no decae ni por un minuto, pero la música es más madura, el disco suena mucho más pensado y arreglado (aunque no menos emocionante). Se trata de otra obra maestra, un clásico del rock más estándar en el que no se pretende dar el salto al vacío que supuso el disco de debut.
Y dentro de poco, una sorpresa.




Este disco ha sido una influencia permanente para grupos de rock psicodélico, fue todo un pionero en su momento, de alguna manera se metió en un terreno todavía virgen que luego explotaron autores como Syd Barrett (quien sacó un buen provecho del estilo), Mercury Rev (con su fenomenal, salvaje, abrumador primer disco, toda una muestra de amor hacia los Floor Elevators y hacia el arte de liberar la mente) y cualquier otro grupo que se precie de hacer psicodelia. En su segundo disco antes de que a Erickson empezaran a fallarle las neuronas por tanta droga, Easter Everywhere (1967), son igualmente grandes, el talento no decae ni por un minuto, pero la música es más madura, el disco suena mucho más pensado y arreglado (aunque no menos emocionante). Se trata de otra obra maestra, un clásico del rock más estándar en el que no se pretende dar el salto al vacío que supuso el disco de debut.
Y dentro de poco, una sorpresa.
