Barrett, publicado en 1970 y el segundo y último disco en solitario de Syd Barrett, nace como continuación natural del primero, The Madcap Laughs, pero con una premisa diferente. Si antes se había querido acentuar el talento en bruto, la energía descarriada de quien en último término fue un excepcional compositor de canciones, con Barrett se buscó el refinamiento, sonidos más accesibles y amigables, un objetivo que, como veremos, no siempre pudo cumplirse. Barrett terminaría siendo el canto del cisne de su autor, no tan auténtico como The Madcap Laughs, pero eso sí, con una generosa cantidad de joyas en las que brilla como el oro una irrepetible manera de entender la música.
No hay más que escuchar "Baby Lemonade" para darse cuenta de que suena distinto a todo, de que hay un toque mágico, evocador de mundos lejanos e incomprensibles que sólo Barrett sabía ver y transmitir. El punteo de guitarra cede el paso de repente a un órgano acaparador sobre el que se vierte una melodía absolutamente infecciosa, de otro planeta, intrigante porque no sabemos muy bien qué terreno pisamos. Cósmica, esotérica, amenazante, se trata de una canción única en su especie, un innegable hito de los setenta que, gracias a la sensibilidad pop de Barrett, cuenta con un estribillo entre placentero y tenebroso, por no hablar de la batería y el bajo a lo Beatles del Magical Mistery Tour que se cuelan de vez en cuando. "Love Song" quiere ser distinta, más cercana, es una de las canciones en las que Barrett intenta inyectar una candidez que está envenenada y que convierte los buenos sentimientos en un sueño obsesivo. Y para acabar de arreglarlo, la siguiente es "Dominoes", otra canción en lo más alto de la década, que transmite una infinita tristeza junto a esa sensación de estar caminando sin el suelo debajo, psicodélica en el mejor de los sentidos, emocionante por su languidez, por su incapacidad para pasar desapercibida (no es extraño que tuviese un parto muy complicado). En "It Is Obvious", Barrett parece estar descomponiéndose, algo que ni siquiera logran ocultar los pizpiretos arreglos.
"Rats" es un intento de hacer algo parecido al blues pero sin ningún tipo de dirección, otra vez con los instrumentos jadeando para encontrarle algo de sentido al asunto. Y con "Maisie" se repite la jugada, no es más que un Barrett ya prácticamente catatónico y autista esforzándose en componer algo, aunque la insólita voz ronca con la que canta tiene su tirón. Afortunadamente, "Gigolo Aunt" nos reconcilia con las canciones entendidas como tales, es otra de las estrellas del disco, extrovertida, pegadiza, con un ritmo constante sobre el que planea una melodía que viene del mejor Barrett posible. Lo mismo podría decirse de "Waving My Arms In The Air", quizá más arrastrada y desengañada, pero con un encanto de folk del desierto que la hace irresistible. En "I Never Lied To You" se pierde nuevamente el norte: una vez pasado el atractivo comienzo, parece que el acompañamiento lo pasa mal para entender hacia dónde quiere ir Barrett, como si estuviese por completo fuera de control, aunque sucesivas escuchas revelan una belleza fragmentada de fondo que cabría preguntarse si ya tiene algo que ver con la música. Los pasos firmes se recuperan en "Wined And Dined", que destila un precioso romanticismo de marcado tono onírico, una fantasía otoñal hecha notas musicales. Igual de emocionante es "Wolfpack", aunque de una manera más épica, trascendente, como un cantar de gesta perdido, y con algunos agujeros cósmicos que demuestran lo mucho que aprendieron los Pink Floyd sinfónicos de su primer líder. El disco termina con "Effervescing Elephant", recuperada de entre las primeras canciones que compuso Barrett a los dieciséis años: deliciosa, imaginativa, juguetona y con un acertadísimo trombón de fondo que subraya la atmósfera de cuento infantil lisérgico.
The Madcap Laughs, dentro de su dispersión, era un disco con una dirección muy concreta, coherente a su manera y con unas canciones redondas, fruto de una psique que aún resistía las embestidas de la inestabilidad mental. Sin embargo, en algunos momentos de Barrett se hace evidente la profunda huella de la locura y el ruido de cimientos derrumbándose, a pesar de una producción que, valga el juego de palabras, opta por hacerse la loca cuando esto sucede. Lo que en todo caso resulta innegable es que el disco contiene varias canciones que demuestran por qué Barrett, más allá del romanticismo y de consideraciones no musicales, era un genio con todas las letras. Alguien que tocó una luz demasiado pronto y que desgraciadamente acabó desintegrándose, pero que dejó por el camino algunas melodías que poblaron el pop de lenguajes extraterrestres y de sueños milenarios.
Syd Barrett. Barrett (1970)
Es del todo recomendable la caja Crazy Diamond, muy completa y habitualmente a un precio interesante, que recopila en 3 CD's todas las grabaciones de Syd Barrett, incluido Opel, un recopilatorio de descartes que apareció a finales de los ochenta.
6 comentarios:
Creo que Edward Ball y Dan Tracey sí que se merecen una larga serie de posts sobre sus múltiples proyectos musicales.
Feliz cumpleaños, Mr. Glasshead!!!!
Y que sigas durante muchos años compartiendo artículos tan soberbios.
Besos!
Muchas gracias Burbuja (sssss) ;) Un besazo enorme y a ver si te animas de una vez con ese blog de cine!
Muy interesantes los tres artículos sobre Barrett.
Entiendo que haya gente que se canse de su locura, pero a mí siempre me ha hipnotizado su música.
Del recopilatorio Opel, la canción que da título al disco es una maravilla.
Y felicidades!
Acabo de descrubir tu blog. Muchas gracias por el tiempo que te tomas, y por los enlaces.
A mí también me parecen un poco $%&Q·"$% los del Rockdelux. Así que, ¿por qué hablar tanto de ellos?
Tengo una o dos canciones que me llevan atormentanto 15 años porque no sé cómo se llaman o de quién son, y no sé cómo buscarlas. ¿Te importaría si te envío un trozo de cada una, por si acaso las conoces?
Sin problemas Luis, mándamelos por correo a ver si puedo ayudarte (mira en el perfil)
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