El ciclo de los Beach Boys crepusculares merecía ser cerrado con este colofón: el sensacional primer disco en solitario que Brian Wilson publica en 1988 tras un largo proceso de recuperación a manos de un controvertido psiquiatra, Eugene Landy, quien en contrapartida se llevaría un buen pellizco de su fortuna. Desde principios de los setenta Brian no hacía nada tan perfecto ni que remitiese tanto a su propio genio, una colección de melodías de cristal que, por una vez, llevan chispa dentro y funcionan, una actualización de los sonidos más excitantes tanto de Pet Sounds como de Smile, once canciones directas de inspiración fuera de dudas que son el mejor postre posible a una carrera mucho tiempo congelada en el limbo. La felicidad, la belleza reencontrada se palpan en cada melodía y casi en cada nota. Como dijo el propio Brian, "el amor es el tema de todo mi álbum".
La mecha prendió un día que Brian estaba tocando al piano la canción de Burt Bacharach "What The World Needs Now Is Love". De ahí derivó a su personal visión del amor, y también a la primera canción del disco: "Love and Mercy" es un hit en toda regla que recoge a partes iguales la majestuosidad de Pet Sounds junto con el talento melódico de sus mejores canciones, todo esto entre arreglos muy pulcros y calculados -según algunos, empalagosos-, pero lo cierto es que consigue emocionar a la manera de los viejos tiempos. Parece que este entusiasmo se contagia a "Walkin' The Line", optimista, redonda, festiva, basada en una antigua línea de bajo que se le había ocurrido en los sesenta. Porque efectivamente, el Brian Wilson de aquella década se estaba poseyendo a sí mismo, y esto es algo que se nota especialmente en la deliciosa "Melt Away", la cual se deshace en su melodía desencantada, sin abandonar nunca ese esteticismo en plena forma, ese mismo nervio que latía en Pet Sounds actualizado para acomodarse a los nuevos tiempos. Y, sorpresa, la siguiente canción es igual de buena o mejor: "Baby Let Your Hair Grow Long" ha de entenderse como un resumen de las mejores canciones del pop primigenio, un mecanismo de orfebrería que funciona con una precisión asombrosa, una canción que quiere dar placer siendo contemplada y también escuchada. Pura magia.
El hechizo prosigue en "Little Children", cargada de energía positiva, una especie de villancico que suena especialmente cristalino y adictivo, infeccioso pop de quilates sobre el cual Brian dijo lo siguiente: "Esta canción fue escrita como un intento de hacer que la gente se sintiera más joven". Apenas dos minutos entusiastas que enlazan con "One For The Boys", la primera nota realmente triste del disco, texturas vocales parecidas a las de "Our Prayer" de Smile, menos enigmáticas y por ello más accesibles. La leyenda, el brío, el pulso del Brian de 1966 también se recuperó en "There's So Many", que parece un descarte de Pet Sounds (la simetría con este disco es constante e inevitable), llena de arreglos, texturas, voces y melodías convertidas en pura alquimia para lograr la fuerza pop, todo ello con sonidos de arpa mágicos y una argamasa de sólida inspiración. Por otro lado, "Night Time" es la más ochentera de todas, en cuanto a ritmos y sonidos, pero la personalidad de Brian basta para apartar esta canción del tópico y convertirla en una ingeniosa pieza de baile con efluvios melódicos. Y ojo, otra obra maestra del pop en la médula: "Let It Shine", producida por Jeff Lyne de la menospreciada ELO, donde se dan de la mano arreglos de juguete con una inspiradísima recreación del mejor pop adolescente de los sesenta. Brillante y encantadora, es imposible no rendirse a sus encantos, como si se descubriese el amor por primera vez.
En un disco así es imposible que nada salga mal, por eso "Meet Me In My Dreams Tonight" también es grande, gracias a su introducción, vacilante y pegajosa, que se abre en un chorro de canción que retrocede de nuevo hacia Phil Spector y las Ronettes, en una orgía de sonidos pop sin complejos que son como la recreación de un sueño de antiguas glorias. Y es que, de nuevo en palabras de Brian: "Esta canción trata de un chico y una chica que se aman el uno al otro en un cierto nivel que es más alto que la vida real". Imposible expresarlo mejor musicalmente. Y ya, para terminar, "Rio Grande", ocho minutos de placer donde Brian cierra el círculo y se dedica a revisitar su época Smile, con una suite que se reparte entre melodías surrealistas del lejano oeste y relámpagos de canciones pluscuamperfectas. Se trata del punto y final perfecto a un disco sorprendente y magnético, que demuestra lo que Brian podría haber dado de sí en otras circunstancias.
Posteriormente sus discos son mucho más irregulares que esta joya, aunque siempre cuenten con momentos de gloriosa inspiración. Me gustaría destacar -de manera un tanto controvertida- la primera edición oficial que se hizo de Smile en el 2004; sí, de acuerdo, cuarenta años después de cuando tuvo que ser grabado y con un Brian ya muy mermado a todos los niveles, pero de todos modos disfrutable al cien por cien y en definitiva un castillo de maestría pop. Volveremos más adelante al tema Smile, con un artículo extenso donde hablaremos sobre lo que pretendía ser y de sus distintas versiones pirata, pero por ahora daremos por cerrada la semana Beach Boys, y de qué manera: porque el primer disco en solitario de Brian Wilson, una de las obras maestras indiscutibles de los ochenta, es la píldora perfecta para encontrar la felicidad musical y para superar con una sonrisa cualquier día gris que se atreva a plantarnos cara.
Brian Wilson (1988)
Texto recomendado:
"Brian Wilson, ¿puedes oír la música?". Por Karpov Shelby, en Karpov. Crónica de un concierto de Brian Wilson en Collado Villalba, España, en julio del 2005.
No os perdáis este domingo el primer artículo de nuestro nuevo y flamante colaborador: Manolo Martos, que nos hablará de los cálidos y elegantes sonidos que poblaron el pop británico de los ochenta, todo ello acompañado de uno de los mejores recopilatorios que hayáis escuchado nunca, preparado por él mismo.
3 comentarios:
Completamente de acuerdo, sin duda su disco mas logrado y el que le trajo de vuelta al mundo de los vivos.
Muy bien traida la referencia a Jeff Lynne, la ELO podrá tener discos mejores o peores (que alguno hay sobresaliente) pero que este señor cuando se pone a los controles le da a todo lo que toca un sello inconfundible es algo de fuera de toda duda, podríamos poner muchos ejemplos, pero ahí está, como bien dices,la brillante Let It Shine para atestiguarlo.
Decir también que además de Lynne supo rodearse de otras primeras espadas como Lindsey Buckingham (son F. Mac como la ELO otro grupo menospreciado..?) Andy Paley o Gary Usher.
Por último, y en relación a su carrera posterior y a lo que comentas sobre la reedicón de Smile, creo que es de justicia dejar constacia de la responsabilidad directa que han tenido D. Sahanaja y Nick Valusco, o sea los Wondermints (grandes..) como aventajados y devotos alumnos, en esta segunda juventud que ha vivido el maestro.
Como tú bien dices, la música de Brian es siempre un regalo para los oídos y me atrevería a decir que también para el espíritu.
Te reitero mi enhorabuena por el blog. Saludos
Galland, gracias de nuevo por el comentario, y subrayo totalmente lo de los Wondermints. De hecho, el nuevo Smile suena así muchas veces gracias a ellos, que saben arropar a Brian en todo momento y en disimular los estragos del paso del tiempo. Estoy también de acuerdo con las propiedades para el espíritu de la música de Brian. Escuchar alguna de las versiones de Smile (incluso la moderna) da la impresión de una fascinante e inexplicable belleza, una música que viene de otro tiempo o dimensión.
No conocía este disco, y ha sido una muy grata sorpresa. Un disco donde el genio de Brian Wilson vuelve a resplandecer. Pop atemporal y música para degustar pausadamente mientras disfrutas de sus muchosy ricos matices.
Saludos !
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