En cierto momento de la película
Algo en común,
Natalie Portman le pasa al protagonista sus auriculares y le dice: “Escúchalos. Son
The Shins. Te cambiarán la vida”. Se trata de la canción “New Slang”. ¿Puede decirse que esta afirmación se ajusta a la realidad?

Al menos en mi caso, y con
Oh, Inverted World, así fue. Me encontré sin esperarlo con un disco excepcional, fuera de las coordenadas temporales en las que había sido publicado. Era un pop juguetón, sencillo, con unas composiciones ensoñadoras que me hicieron muy feliz durante aquellos meses. Me recordaban a los
Beatles, a los
Beach Boys y, especialmente, a
XTC (que también tenían la mirada puesta en los dos anteriores). Pero es que además las canciones eran inmensas, empezando con el grandioso single que es “Caring is Creepy” (y que se pondrá de moda cuando a alguien se le ocurra usarlo para un anuncio), el gran carisma e infecciosidad de la saltarina “Know Your Union!”, el insospechado clásico del nuevo milenio “New Slang”, y así hasta once temas, todos ellos perfectamente disfrutables, que suponen una especie de viaje alucinante a lo mejor del pop de cámara de toda la vida.

Esperé con ansiedad su segundo disco,
Chutes Too Narrow (2003). Y… me sorprendió. Efectivamente, no era lo mismo que el anterior. Se había buscado un sonido más simple, unas canciones más directas y más cercanas al indie-rock que al pop. Es significativo el hecho de que las canciones auténticamente grandes de este disco siguen todavía los parámetros del anterior: la inmejorable “Kissing the lipless”, quizá lo mejor que han hecho y harán nunca, sencilla y emocionante; “Mine’s Not a Hig Horse”, que abunda en el pop de cámara, coqueto y sofisticado, precioso, en definitiva, del que se revelaban maestros; y la imprescindible “Saint Simon”, que parecía venida directamente del año 67, como si se hubiese grabado en una hipotética y secreta reunión de los Beatles, los Zombies y los Beach Boys al completo. Tres canciones que le daban mucho empuje al disco, pero para mí no era suficiente. Las demás me dejaban bastante frío, tan sólo las dejaba pasar esperando alguna de las otras tres. No me gustaba el nuevo rumbo, pero a pesar de todo mantenía la confianza en que
James Mercer, el compositor principal del grupo, podía ofrecer aún muestras de genio. Curiosamente, con
Chutes Too Narrow la popularidad de los Shins se disparó, y se convirtió en uno de esos grupos indicativos de buen gusto y de clase en quien dice que le gustan.
Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar su último disco,
Wincing The Night Away, que aún no se ha publicado. Pasarán cerca de cuatro años con respecto al anterior cuando esté disponible en las tiendas. Esto me preocupaba porque no suele ser señal de que un grupo esté grabando su obra maestra, sino todo lo contrario, de que no hay ideas y de que las cosas no acaban de salir como se espera. La primera canción, "Sleeping Lessons”, ya me hizo desconfiar. Demasiado teclado bonito, demasiados cambios de ritmo a lo
Radiohead para intentar hacer emocionante una canción que en realidad peca de plana, aséptica e irrelevante. Como quien cuenta con pasión una historia aburrida y sin interés.
En cambio, “Australia” es uno de esos pildorazos en los que no fallan nunca. Una canción que pertenece a la imperecedera estirpe del pop clásico, fundamentada en el libro de estilo de personajes como
Ray Davies o
Paul McCartney. Brillante y pegajosa, me hizo pensar que igual el asunto se arreglaba. La siguiente canción, “Phantom Lib”, parecía constatar mi impresión: desapasionada, elegante, con un estribillo sencillamente magistral, argumentos suficientes para ser recordada muchos meses después de haberla escuchado, a pesar de que el sonido elegido volvía a ser el del indie-rock con el que parece que los Shins quieren llegar al éxito masivo.
¿Qué te pasó por la cabeza, Mercer?
Lamentablemente, todo cambió con “Sea-Legs”, que es una broma de mal gusto con su ritmo de bajo y batería que parece recién sacado de una canción de
Beyoncé Knowles, con sus samples influencia directa de grupos como
Air u otra vez Radiohead y, especialmente, con su absurda duración de casi seis minutos. En realidad no es más que un pegote impresentable y desproporcionado justo a la mitad del disco, cuando las expectativas empezaban a ser altas, después de los estupendos temas que lo preceden. “Red Rabbits”, pese a sus hechuras de pop bonito, no dice absolutamente nada, más o menos como las canciones de
Björk. “Turn on Me” ya está algo mejor, vuelven a ser un poco los Shins de siempre. Pero “Black Wave” y especialmente “Split Needles”, donde parecen unos
Coldplay o unos
Kean cualquiera, nos hacen salir de nuevo del espejismo. “Girl Sailor” es otra canción de las aburridas e insustanciales, y la bonita “A Comet Appears” habría pintado bien en alguno de sus discos anteriores, pero aquí está de más.
¿Qué ha pasado con los Shins? Me parece que ha sido una terrible conjunción de escasez de ideas y de la búsqueda de un sonido mucho más accesible que les permitiera vender más discos y ser más populares. De este modo, The Shins se han transformado en un conjunto vulgar, muy plano, muy parecido a muchos otros, con muy pocas cosas que aportar, con la búsqueda de la “textura” y la “ambientalidad” como excusa para ocultar que no saben muy bien dónde se han metido y por dónde tirar. Y esto duele, sobre todo teniendo en cuenta la comparación con los discos anteriores y lo mucho que me hicieron disfrutar.
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