lunes, marzo 31, 2008

The Flame

Hay una mítica excitante en algunos discos de principios de los setenta, una especie de adicción delirante a los sonidos maccartnianos de los últimos discos de los Beatles, especialmente Abbey Road (1969), cocinados con guitarras poderosas que beben del iluminado Harrison de por entonces. Badfinger, por ejemplo, basó casi todo su sonido en estos componentes tan concretos (por supuesto, sumados al incomparable talento de Pete Ham), pero no fueron los únicos. The Flame, grupo ultradesconocido donde los haya, procedían de Sudáfrica pero consiguieron grabar en 1970 un disco en Los Ángeles por obra y gracia de Carl Wilson de los Beach Boys, que quedó deslumbrado ante ellos. Ahí terminó todo, pero dejaron para el recuerdo una colección de canciones gloriosas, puro pop con dinamita en las venas y algún que otro aroma soul camuflado entre melodía y melodía.

El disco de The Flame se mueve con una fuerza auténtica, desgarrada, a veces hasta brutal, pero sin olvidar nunca las estructuras clásicas de la canción y el gancho arrebatador. Asombrosamente parecidos a Badfinger, quizá por esa manera de entender los Beatles vía McCartney del 69, sus canciones están muy trabajadas, sin perder por ello un sonido limpio y un gusto por los coros herederos directos del pop británico. La primera canción, "See The Light", es una preciosidad enérgica, sin duda alguna estos chicos escucharon el Abbey Road hasta perforarse los tímpanos primero y alucinar después, porque este tipo de McCartney brilla de manera omnipresente. En un disco de estas características es inevitable un rock, y siguen los paralelismos con Badfinger, pero es que "Make It Easy" es hermana gemela de "Love Me Do" del No Dice (publicado curiosamente el mismo año). En fin, lo tiene todo, convicción, carisma, varias voces trotando sobre unos acordes ejecutados con la precisión de un gancho. El soul ya aparece un poco con "Hey Lord", aunque las guitarras, el tipo de canción, beben mucho también del rock americano puesto en boga por Stephen Stills y similares. Y bueno, "Lady" está hecha para deleitarse sin remordimientos, una melodía nostálgica que de repente desemboca en esa especie de explosión melódica que era uno de los capítulos del libro de estilo de McCartney (tarareos incluidos; también se obsesionaron con el disco de las cerezas). Al nivel de su maestro, sin lugar a dudas, y todo un clásico.

Pero Lennon también tiene su espacio, por supuesto, y esto es "Don't Worry Bill", el mejor Lennon del Abbey Road (lamento repetir tanto este disco, pero hablando de The Flame -también de Badfinger- es inevitable). Una preciosidad incontestable, puro, auténtico e incorruptible espíritu Beatle conseguido gracias a desconocidas fórmulas mágicas, con el añadido de un cambio de ritmo en varias partes que alguien absorbió de entre los surcos perdidos de la suite de la cara B. Esto sigue, "Get Your Mind Made Up" se deja de tantas sutilezas y va directa al grano, suena resentida y está cargada de despecho, pero además atrapa con saña. The Flame nos dejan respirar con "Highs And Lows", la primera balada en toda regla del disco, y cómo no, es mejor que buena. Para hacernos una idea: imaginemos algo tan bueno como "Sun King" del -otra vez, lo siento- Abbey Road, el mismo sonido de guitarra buceando en el oceáno, pero desarrollada hasta formar una canción completa. Luego llega "I'm So Happy" para compensar, puro soul tostado y caliente, un canto a la vida en el que se busca más golpear que embriagar.

"Dove" es una ópera pop de dos minutos y medio que parece cantada por el propio Mccartney, tristeza sin remedio que a veces se abre en un coro celestial de ángeles, y la misma línea sigue "Another Day Like Heaven" (en serio, muy difíciles de diferenciar de Badfinger), con esa facilidad para la melodía barroca y sensible que cae por el peso de su propia belleza. El disco se cierra con una clara reminiscencia Beatle, un reprise de la primera canción, "See The Light", con más acento africano y rítmico.

Ignorados, hijos de su tiempo y vasallos de la melodía, The Flame compusieron uno de los discos más hermosos de los setenta, una obra maestra incontestable, rotunda e inmune al paso del tiempo, como pasa siempre con todos los clásicos.

The Flame (1970)

Artículo recomendado:
"The Flames/The Flame, la sombra de los Beatles es alargada". Por Luis de Ory, en
Powerpop Action. Historia de The Flame desde sus primeros tiempos, cuando se llamaban The Flames.

Próximamente, desde el vinilo perdido:
Un artículo sobre Martin Newell a cargo de Manolo Martos
La historia de The Scruffs. El peregrinaje oculto de Stephen Burns a lo largo de una carrera que dura hasta hoy y que está plagada de grandes discos
La semana Syd Barrett

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lunes, marzo 24, 2008

John Southworth, "The Pillowmaker"

Algunos discos obligan a desnudarse ante ellos. No es posible escucharlos desde la distancia salvadora de quien anhela la melodía y el estribillo que cierren el círculo perfecto. Esto es lo que ocurre con el último disco de John Southworth, The Pillowmaker (2006), grabado junto a la banda de circunstancias The South Seas. Southworth había publicado hasta entonces otros cuatro discos de pop extremadamente personal, con aromas muy diversos que iban desde las canciones de cuna o el fasto de los viejos crooners de los cincuenta, al soul o a Burt Bacharach, procurando siempre especial mimo y atención a la melodía. Pero con su último disco, se decidió a perder colorido y encrudecer sus referentes para ganar en emoción y en intensidad. Escuchándolo, me asalta la misma impresión que tuve cuando descubrí el primer disco de Leonard Cohen, Songs of Leonard Cohen, y me parecía que una entidad ultraterrenal me hablaba desde el más allá y me contaba verdades tan profundas como dolorosas.

Estas orillas de triste belleza se vislumbran ya en la primera canción, "Life Is Unbeliavle", una guitarra, unos coros y un contrabajo para levantar una melodía que sopla como el viento en una noche oscura, y que deja la sensación del tiempo y su avance sin piedad. "Holy Mackerel" parece una vieja canción tradicional del sur de Estados Unidos, y sus ingredientes son tan sólo un arpa y la voz de Sourthworth. Y la primera cumbre emocional llega con "The Pillowmaker", excepcional, una de esas canciones que inevitablemente rasga el alma, que hace que nos detengamos ante nosotros mismos para contemplarnos por dentro, y todo eso en apenas un minuto y gracias a una melodía que es pura y demoladora sencillez. Los sonidos añejos rebrotan en "Eyes Are The Flowers", parece la versión de una canción de los años cuarenta, tristeza apagada de un domingo por la tarde. El imaginario cancionero popular de Southworth tiene dos grandes incorporaciones con "Idiot Village" y "Pineapple Shoes", casi como si se hubiesen copiado de una antigua partitura perdida. El mejor material emocional llega con "We Can Live Life" y sus surcos de cantautor legendario, y acaba de explotar en la magnífica y sugerente "River Rations", ese tipo de canción que sale del fondo de los tiempos y y que apenas se molesta en desarrollarse, tan sólo se insinúa.

Southworth está sobrado de ideas y sabe cómo plasmarlas, y éste es su disco austero, reflexivo, depresivo. "Moon On Fire" es una absoluta maravilla que enciende la chispa de la magia con su oscilación entre una parte gris, llorosa, macilenta, y un estribillo de luz y esperanza extremadamente emocionante. Las revoluciones pop aumentan con "Seashells and Bluebells", con claros sabores de los primeros éxitos de Burt Bacharach, una canción cargada de esperanza, de ilusión, de optimismo ciego, con un estribillo que arroja luz al futuro. "Field Town Morris" recurre con desparpajo al sonido de raíces, y "Sail The Rails Railroad Sailor" adopta ese sonido de canción tradicional que es marca de la casa en Southworth. Más pop de quilates en "Bygones Be Bygones", otro clásico susurrante y humilde que se colará dentro de nosotros sin que apenas nos demos cuenta. Y "Rainbowin" es adecuada para silbar un sábado por la mañana de sol radiante, una tonadilla simpática que es mucho más de lo que parece. La refinada "River City Girl" seduce por su elegancia y por su inmediatez, es la canción perfecta para dedicar a una chica, y las diecinueve canciones del disco terminan como han empezado con "Ghostflower": crudeza, firma de cantautor, nostalgia, desnudez, palabras certeras. Imposible acabar de mejor manera que entre esas espirales de melancólicas guitarras españolas.

The Pillowmaker es un disco que deja huella, uno de los cinco tesoros de John Southworth, un testimonio claro de su genio y de su talento para aspirar influencias y, al mismo tiempo, ser radicalmente distinto a todo. Estoy seguro de que os va a gustar mucho y de que tendréis ganas de investigar en el universo colorista, fantasioso y onírico de este músico. Nuevamente, no tendremos otra opción que rendirnos al poder de algunos para hacer de nuestros días algo mucho más hermoso.

John Southworth. The Pillowmaker (1996)

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domingo, marzo 09, 2008

Airbag, "Alto Disco"

Airbag son pura diversión, es uno de los grupos más refrescantes del panorama español con unas armas que son bien sencillas desde su primer disco: guitarra, bajo, batería y melodías y estribillos a discreción, con unas influencias musicales que siempre han oscilado entre Weezer, Ramones y la música surf, todo ello preparado con un fuerte sentir pop y sesentero que ha ido creciendo disco a disco. Al final lo que queda es una maravillosa colección de canciones, hits redondos y dentados como motosierras. Y de este arsenal va sobrado Alto Disco, publicado este mismo año: trece canciones que en total apenas superan la media hora, una vertiginosa sucesión de estribillos infecciosos tratados con urgencia y al grano, una deliciosa caja de golosinas en la que es difícil escoger sólo una. En definitiva, su particular obra maestra de melodías aceleradas.

Han ido creciendo paso a paso y sin perder el fuelle. Su primer disco, Mondo Cretino (2000), ya presentaba en bruto todas sus influencias y fijaciones. El punk-pop ramoniano de estirpe más surfera y lúdica ("Marta no es una punk") servía para acoger letras que jugaban a su antojo con la cultura pop, las películas de miedo, la serie B y el sentimiento adolescente prototípico. Los Beach Boys y los grupos de chicas también tenían su parte del pastel (versión de "Don't Worry Baby" incluida), faceta que desarrollaron en su primer disco imprescindible, Ensamble Cohetes (2003). Este álbum es un excitante oasis de angustia adolescente formulada mediante continuas y certeras referencias a la cultura popular de los ochenta, un catálogo de hits ya desde el comienzo con "La chica nueva", melodías aceleradas con energía punk que alcanzan cotas tan carismáticas como "Películas de miedo" o, especialmente, esa maravilla indescriptible que es "Big Aquarium", y que lo tiene todo: una melodía digna de un éxito de Phil Spector, una sucesión de imágenes nostálgicas absolutamente originales y el derroche de encanto y de sensibilidad del mejor (gran) pop teenager. Otro disco en el 2005, ¿Quién mató a Airbag?, los confirma como grandes hacedores de canciones, esta vez dejando un poco al lado su vertiente más punk para centrarse en la construcción de pequeñas sinfonías, y con himnos tan contundentes como "Roswell 1947", "Territorio Dagger" o sobre todo, la magnífica y obsesiva "Cubo de rubik".

Y entonces este año llega Alto Disco, que ya empieza de manera inmejorable con su homenaje al Pet Sounds de los Beach Boys en la tipografía empleada, algo totalmente coherente con el corazón pop que late en el disco. Las revoluciones se han frenado incluso más que en las últimas ocasiones, el punk-pop da lugar a un pop clásico de libro, y eso es "Spoiler", música de lujo, pegadiza, con más influencia que nunca de los grupos de chicas, pero al mismo tiempo terriblemente moderna. "Comics y posters" es mi favorita, es muy fácil sentirse identificado con ese canto al mundo propio que es, contundente, energética y tan buena que toda ella parece un estribillo alargado, esto es Weezer de altísima calidad, pero también Airbag. Inolvidable, exactamente como "Salva mi domingo", que se frena aún más para ser puro Spector tocado con bajo, guitarra y batería (es fácil suponer lo bien que se adaptarían estas canciones a arreglos majestuosos). El surf ramoniano aparece en "Golpe al sueño de verano", una canción de playa acelerada, seductora y nostálgica, y el ritmo apresurado se mantiene en "Un día de furia", más referencias a la cultura pop en forma de canción adictiva.

Las canciones de onda sesentera vía Ronettes, Supremes y Dion and the Belmonts tienen otra estupenda representante con "Tus rechazos golpean dos veces", que rezuma inocencia entre coros y desencanto. El sol californiano brilla en "De un verano a otro", puro doo-wop, pura música surf, puros Beach-Boys primitivos, mientras que "En el primavera" es otro clásico para el recuerdo -este disco es grande por este tipo de canciones-, una melodía sencilla y precisa con la puntilla de un estribillo desamparado y adornado con coros. "La estrella invitada" está muy en la línea de su anterior disco, pop poderoso y vitaminizado con melodía entrañable, pautas que también sigue la todavía más concisa "¿Quién mató a CH?". Pero quedan más sorpresas, una de las mejores canciones aparece casi al final, porque "Ahí viene la decepción" es rotunda, más pop que nunca, con el mismo espíritu de los clásicos de este disco y la inclusión de unos papapás en el momento justo que van a dar vueltas en nuestro cerebro durante días. "Usted morirá en el espacio" es una canción perfecta para ir terminando, carismática y agradable con estribillo juvenil, justo antes de dar paso a "Surf instrumental para separar fases", un homenaje a la música que les gusta y a la sangre de sus discos, una puesta de sol contemplada desde la hamburguesería de un pueblo californiano.

Alto Disco es esa obra maestra que Airbag necesitaba, un disco que merece todos los elogios posibles por su desparpajo y su maestría, y que tiene la potencialidad necesaria para llegar muy lejos en las listas de ventas gracias a su pop raudo y adolescente, enquistado hoy por hoy en una pequeña legión de seguidores. Y Airbag es uno de esos grupos llenos de ideas y de talento a los que, sin embargo, les costará incluso ser reseñados en RockdeLux, porque no mezclan su música con los sonidos que están de moda en el momento.

Encontraréis sus discos fácilmente en Emule, pero como siempre, este tipo de grupos es mejor disfrutarlos en su formato original, gracias sobre todo a la cuidada presentación de sus vinilos. Podréis comprarlos aquí.

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jueves, marzo 06, 2008

The Pale Fountains, "Pacific Street"

El empujón dado por Manolo Martos a la sosegada, cálida, amigable música británica de los ochenta me va a servir también de excusa para hablar de uno de mis discos favoritos, una de esas obras que generan una sensación de particular intimidad y cercanía otoñal desde la primera vez que se escuchan. Pacific Street (1984), el primer disco de los Pale Fountains, presagia una atmósfera especial ya en la portada, con ese amarillo que apaga la fiereza del chico cargado de munición. La discográfica Virgin creyó en ellos, su escasa repercusión les trasladó al cajón del olvido, pero los rayos de sol de Michael Head siguieron brillando a lo largo de los años y calentando a quien se acercaba casualmente a sus canciones.

Pacific Street, habitual de las ediciones de serie media, es un disco que carece de cualquier tipo de pretensión, es la sencillez del pop llevada hasta sus últimas consecuencias, sin poses o visiones torturadas de la vida, una pequeña e inolvidable llama que prende ya en la primera canción, "Reach". Empieza de manera extremadamente relajada, una guitarra acústica, unos bongos, una voz susurrante, para que de repente brote el optimismo en un arranque feliz, lleno de trompetas y guitarras que cantan a la vida. La magia es innegable, esto engancha, y por eso nos sorprenderá también "Something On My Mind", la canción por la que muchos pensaron que los Pale Fountains llegarían lejos en las listas de éxitos. Otra vez bongos, guitarras acústicas y voz melancólica, sólo que esta vez la nostalgia se extiende al resto de la canción, un estándar altamente comercial sin perder ni pizca de calidad, intrigante, con su punto isleño. En "Unless" aparece una jungla extraña, primitiva, en la que fluye el espíritu del pop como si saliera el sol, apareciendo poco a poco hasta construir un estribillo incontestable, precioso, salpicado con las trompetas que tanto protagonismo adquieren en el disco. Magnífica en todos los sentidos, especialmente por la misteriosa atmósfera tribal que consiguen transmitir la percusión y el bajo. Pero prosigamos, "Southbound Excursion" es deliciosa, se acerca a la música brasileña en ese coro sorprendente que ilumina la canción como un día de verano.

A estas alturas, los Pale Fountains nos tienen donde querían: en el interior de su mundo de revelaciones y nostalgia. Por eso no está mal evadirse un poco, y "Natural" cumple esa función, pop saltarín y brioso en toda regla (nuevamente, eso sí, percusiones exóticas para darle un sabor especial). Pero las nubes se ponen otra vez, el instrumental "Faithful Pillow" se encarga de presagiar tormenta caribeña, aunque todavía tardará un poco en llegar, porque "You'll Start A War" quiere ser -y lo consigue- un hit, un single pop redondo adecuado para aparecer en cualquier anuncio, pegadizo, de libro. "Beyond Fridays Field" no esconde unas trompetas arrancadas de la imaginación de Burt Bacharach, para dar forma a una canción sensible, apagada, una de mis favoritas del disco porque logra generar esa sensación de belleza desolada y balsámica: las cosas van mal, pero son soportables si alguien es capaz de convertirlas en algo hermoso. Coros, una melodía celestial y muchas lágrimas sin derramar, un imperio derruido que se acuerda de su gloria. Por otro lado, Bacharach se hace omnipresente en "Abergele Next Time" y su aire de ligera bossa-nova ornamentada con un estribillo vacilón. ¿Y "Crazier"? Una nueva preciosidad de melodía íntima, preparada para llegarnos muy dentro tras su inofensiva apariencia tropical. El punto final lo pone "Faithful Pillow (Pt. 2)", más borrascas exóticas y caribeñas con las que acabar de definir la particular atmósfera de este disco.

Hay que hablar también de las canciones que se añadieron en la versión digital, por supuesto. "Palm Of My Hand" empieza con otra de esas trompetas dignas del autor de "The Look of Love", pero en realidad es pop británico de alta calidad adicto a los estribillos pegadizos. "Love's A Beautiful Place" abunda en la música brasileña como excusa para el pop, una canción relajada de cafetería en una tarde lluviosa. Y atentos, un auténtico cañonazo, "Meadow Of Love" es en mi opinión la mejor canción de The Pale Fountains y también una de las joyas de la música pop, increíble ese comienzo dubitativo para luego elevarse hasta el paraíso en un estribillo plagado de cuerdas y flautas en espiral. Sublime. Y para acabar, "Thank You", una guinda del pop de cámara sin complejos, una ración de colores sesenteros, una canción que bien podría haber sido un clásico perdido del sunshine pop de finales de los sesenta.

Hay que tener cuidado con el primer disco de los Pale Fountains, es fácil enamorarse de él. Sin ser una obra maestra -¿o sí?-, su sencillez y su honestidad, junto a un talento notable para la melodía y el color diferente de sus rasgos exóticos, lo convierten en un disco inclasificable, compañero eterno de nuestros pensamientos incluso cuando llevemos tiempo sin escucharlo.

The Pale Fountains. Pacific Street (1984)

Recordad: el domingo hablaremos de Alto Disco, la última entrega de Airbag, un excelente compendio de melodías, surf y música sesentera y desde ya uno de los lanzamientos de música española más importantes del año.

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lunes, marzo 03, 2008

Aztec Camera, "High Land, Hard Rain"

Después del artículo en el que nuestro colaborador Manolo Martos desentrañó algunos de los sonidos más elegantes de la música británica de los ochenta, no está mal que nos fijemos en un disco imprescindible de aquel periodo, el debut de Aztec Camera en 1983. Roddy Frame, el joven lider y compositor del grupo, utilizó el poder de seducción del pop para cocinar unos himnos intachables. Al mismo tiempo, revistió sus composiciones con unas sonoridades discretamente exuberantes, no demasiado llamativas pero sí lo justo para aportar unos matices misteriosos y sobre todo, repletos de frescura. High Land, Hard Rain terminó por ser el paradigma de disco británico redondo y sofisticado con sabores de músicas lejanas, siempre en el transfondo de un pop académico sin complejos.

Por eso "Oblivius" suena diferente, las guitarras acústicas desprenden calor caribeño, al igual que la línea de bajo (excelente a lo largo del disco). Todo esto genera una alta sensación de vivacidad, especialmente si le sumamos una melodía radiante, plagada de coros. El sonido Aztec Camera queda ya firmemente establecido, y por eso "The Boy Wonders" se hace tan atractiva, con su comienzo de guitarras de folk celta que rápidamente deriva hacia más pop en vena, con especial mención a un cambio de ritmo donde se cuelan otra vez recuerdos a culturas enigmáticas, antes de llegar al imparable estribillo. Y entonces aparece "Walk Out To Winter", en la que destaca absolutamente todo: la voz desencantada de Frame, unas guitarras fresquísimas, de reminiscencias tropicales, y un bajo omnipresente y sublime al que resulta inevitable prestar atención. Tres hits seguidos pueden causar sobredosis, y por eso "The Bugle Sounds Again" quiere ser más reflexiva, se mece con un suave sosiego al que, no obstante, se añade un elaborado estribillo de maneras románticas. El mismo esquema se repite en "We Could Send Letters", aunque con intenciones más etéreas y un tono de tintes trascendentales.

Pero tranquilos, las canciones de pop vibrante regresan con "Pillar To Post", el estribillo es directo, carismático, festivo, la diversión que necesitábamos tras el anterior descenso de tensión, entre teclados felices y un bajo más saltarín que nunca. Y "Release" es totalmente encantadora, con sus aires de bossa-nova y un fantástico y adictivo bajo que se apropia con maestría de los sonidos brasileños, sonidos que se amoldan como un guante a las canciones de Roddy Frame. Porque de ahí viajamos a las arenas del desierto más profundo, para encontrar el cofre del tesoro que es "Lost Outside The Tunnel", cuyo exotismo, misterio y aires legendarios se abren perfectamente en un estribillo que destila emoción y sentimiento de pérdida y que recordaremos desde la primera escucha. Sin embargo, "Back On Board" opta por terrenos más convencionales, es quizá la canción más estándar del disco, posiblemente también la más triste, y está fuertemente influida por las baladas de Elvis Costello, hasta el punto de que parece que la cante él. El disco termina con una sencilla canción acústica, "Down The Dip"; su planteamiento, totalmente desnuda salvo por la voz de Frame y una guitarra acústica, deja para acabar un ligero poso de melancolía, casi de resignación.

La versión digital incluye tres canciones más: "Haywire", que repite formato acústico, aunque su estribillo deja pistas de lo que podría haberse logrado con más arreglos e imaginación: hay canciones que no están hechas para la sencillez. Más estimulante resulta "Orchid Girl", al nivel del resto del disco, otra vez con el bajo insuflando vida a su particular estilo caribeño y una melodía que se dirige con firmeza hacia un estribillo que en este caso es como un latigazo. Y "Queen's Tattoos" es un estimulante rag-time, una de esas canciones felices que parecen concebidas para una celebración entre baile, cerveza y pianos de salón.

High Land, Hard Rain se convirtió en uno de los álbumes más emblemáticos del momento, una colección de canciones que, sin menospreciar la necesidad de melodías y de estribillos, optaba también por sonidos cálidos que se integraban con naturalidad a las canciones. Escuchar el debut de Aztec Camera deja un poso radiante, de una luminosidad que proviene tanto del pop confiado como del suave exotismo de sus canciones, cualidades que lamentablemente se irían perdiendo en los discos siguientes a favor de una mayor artificiosidad.

Aztec Camera. High Land, Hard Rain (1983)

Atentos esta semana a En busca del vinilo perdido, que viene otra vez cargada de artículos: el miércoles terminamos los días británicos con la revisión del primer disco de The Pale Fountains, Pacific Street, el reverso de la luminosidad de Aztec Camera, un conjunto de canciones de pop inglés intimista y otoñal. Y el domingo podréis leer una reseña del maravilloso último álbum de Airbag, Alto Disco.

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